Capítulo 32

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Crystal

Tras haberme devanado los sesos esa noche dándole vueltas a cómo ayudar a Eddie a demostrar su inocencia, desperté con apenas dos horas dormidas y bajé las escaleras solo para salir de mi casa sin mirar a ningún miembro de mi familia a la cara. Los tres me habían decepcionado profundamente; ninguno creía en la versión de mi pareja, todos habían decidido que lo más lógico era que tanto él como yo formábamos parte de una seca satánica. Jamás alguien me había demostrado ser tan estúpido de forma tan contundente.

Cogí la camioneta de mi hermano sin su permiso, en parte para ir más rápido y para que a él le costara más moverse por el pueblo en busca de Eddie. Conduje hasta la casa de los Byers, que seguía destartalada y casi abandonada de no ser por el coche beige que había aparcado fuera.

Me armé con todo el valor que me fue posible recolectar de mi interior, de toda mi fuerza espiritual y mental para afrontar lo que tenía delante. Respiré hondo, conté hasta diez para mis adentros y toqué al timbre una sola vez. Jonathan no tardó mucho en abrir la puerta, distraído y sin esperarme a mí en la puerta de su casa. Abrió solo un cuarto de la puerta, pero para cuando fue a cerrarla, yo había puesto el pie en medio.

Intentó cerrarla varias veces. Mi pie aplastado dolía, pero mi mirada descansó en sus ojos marrones, llenos de lo que parecía miedo o ansiedad.

—Abre la puerta, Byers. Solo vengo a hablar. Si sigues así me tendrán que cortar el puto pie —dije con el tono más grave que pude poner, mientras mi cara permanecía impasible.

Jonathan se dio por vencido y dejó la puerta abierta, yo pasé y directamente entré al salón y me senté en su sofá, como Pedro por su casa. Quería intimidarlo y no sabía muy bien cómo, así que hacía un popurrí de escenas de películas que me gustaban. Parecía que todo iba bien por el gesto de su cara, que mostraba sus nervios y su incomodidad.

—¿Qué quieres, Crystal? Si es por lo de Nancy, yo... Lo siento, ¿vale? Sé que no tendría que haberlo hecho pero...

Lo corté con una carcajada irónica y bastante convincente pese a que mi corazón latía desbocado por la ansiedad que sentía en esos momentos. El último lugar en el que quería estar era en esa casa, y con la última persona que quería hablar era con Jonathan Byers.

—No seas ridículo, Byers. Creo que el problemita de Nancy se arregló en aquel pub. Vengo por lo de las fotos que le diste a la policía, no te hagas el loco.

—¿Qué fotos? Hago cientos de fotos al día, Crystal, me dedico a ello.

Jonathan miraba a todos lados, notablemente incómodo. Yo me levanté del sofá y me puse a su altura; no era mucho más alto que yo, y mis zapatos tenían la suela muy gruesa.

—He dicho que no te hagas el tonto, Jonathan. Odio que me tomen por subnormal, ¿entiendes? —Él asintió varias veces— Ahora dime por qué estabas de noche en el bosque sacando fotos a Eddie y a Chrissy, en este pueblo fantasma donde a partir de las 20:00 ya no se mueve ni el viento.

—Estuve haciendo una sesión de fotos a unos animales salvajes, se me hizo tarde y después escuché una conversación agitada entre ellos. Pensé que sería conveniente tener esas fotos por si pasaba algo, como ha sido el caso...

—Claro, fotos a animales salvajes, en el bosque de Hawkins donde lo más raro es una puta ardilla. —Agarré la garganta de Jonathan, clavando mis uñas largas en su piel todo lo profundo que pude—. Es la última vez que voy a pedirte que no me mientas. La siguiente no será por las buenas, cielo. —Jonathan me miraba con miedo, en el fondo no era más que un cobarde—. ¿Por qué hiciste esas fotos y directamente se las enviaste a Hopper? ¡¿Qué cojones tienes entre manos, Jonathan?!

Mis uñas se apretaron más en su cuello, hasta el punto de que una de ellas se manchó levemente de sangre y Jonathan emitió un pequeño gemido de dolor. Forcejeó hasta quitarse mis manos de encima y me empujó sin mucha fuerza hasta la puerta de la calle.

—¡Estáis locos! —gritó—. ¡Ese satánico y tú estáis jodidamente enfermos de la cabeza! ¡Lárgate de aquí o llamaré a la policía, Carver!

Los vecinos cercanos se asomaban por la ventana al escuchar los gritos de Jonathan. Miré por última vez a sus ojos llena de odio y me retiré hacia la camioneta, no sin antes decir mis últimas palabras.

—Cuando menos te lo esperes, cuando te permitas por un momento ser feliz en tu mediocre y falsa existencia, ahí estaré yo para joderte la vida, Jonathan Byers. Recuérdame bien porque seré yo quien te lleve al infierno.

Me subí al coche y cuando arranqué el motor, me di cuenta de que había dejado de actuar hacía varios minutos; esa bestia con sed de sangre también era Crystal Carver.

Dragones, Amor y Mazmorras | Eddie Munson [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora