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Bajo las penumbras de aquella pequeña casa, el olor a muerte se alzaba, rodeando cada perímetro de todo el alrededor. Sabía lo que quería decir eso. Alguien estaba a punto de morir. Le faltaba poco para estirar la pata o así lo llamaban los humanos, al otro paso del más allá. Abrí la puerta, muy reconocida para mí. Estuve muchos años, frecuentando este lugar. Yendo y viniendo de un lado al otro. Mi memoria estaba intacta, junto a mi cuerpo que no envejecía. Esa era una cualidad demoniaca que poseía.
Sin embargo, nada era perfecto.
Tenía que pagar un alto precio, por estar pisando tierra de humanos y disfrutar de los placeres de la vida.
Entré a la habitación de pócimas, o así la llamaba. Un lugar que olía a hierbas, brebajes extraños que se mezclaban, con cuerpos mutilados de animales y hasta cadáveres. Una cualidad extraña que tenían los humanos con la hechicería.
El graznido de ave, hizo que dirigiera mi mirada hacia un lugar en concreto.
Allá, en una esquina del cuarto, yacía acostada ella, con una mirada moribunda hacia mí. Sus ojos cansados y alegres, no se despegaban de los míos. El cuervo, su mejor amigo, estaba a su lado, graznando, como si supiera que la persona que es su ama, estaba a punto de partir al otro mundo. Un animal muy inteligente para mi parecer.
Fui hacia ella sin reparo alguno, situándome a unos pasos de su cuerpo postrado y moribundo. Elevó con lentitud el brazo, haciendo que se posara ese cuervo negro en su mano, como siempre lo solía hacer.
—Cumple con tu trato, Belicar —demandó con estertor—. Cierra lo que acordamos.
Sonreí de lado.
Su aspecto facial era demacrado, chupado, viéndose su parte caquéctica cadavérica. A pesar de estar a punto de morir, podía hablar a la perfección.
—Hazel, la hechicera de renombre, está recordándome algo absurdo de años atrás —articulé con ironía—. Ya te lo dije. No me servirá de nada tu tiempo.
Ella dibujó una débil sonrisa en sus labios arrugados.
—Para mí, es importante.
—¿Un animal lo es? —pregunté con una ceja arqueada—. ¿Por qué lo sería?
Ella no dice nada, solo queda observándome muy agotada.
—No solo es un animal. Es mi amigo de años. Sería triste que muera conmigo —dijo, sosteniendo su mirada con la mía—. Cierra el trato. No tenemos nada que perder, ¿verdad?
Verdad. Tenía la boca llena de razón.
Nunca entendería a los humanos. Con sus valores absurdos de vida y sus imperfecciones, eran problemáticos. Sobre todo, las mujeres como ella, quien se creía que un demonio podía sentir soledad, solo porque veía morir a un humano.
Ridículo. Absurdo.
—El trato se ha cerrado, Hazel —declaré, alzando la mano y poniéndola enfrente de su rostro—. Tomaré lo que queda de tu tiempo de vida. Me alimentaré de ello, para estar más tiempo en este mundo humano.
Ella siguió sonriendo. Sostuvo esa sonrisa...
—Gracias, Belicar. Cuida de Klaus —musitó, dejando caer su brazo, junto al cuervo que graznó—. Adiós, querido viejo amigo.
Devoré su tiempo, quedando sin vida en la cama.
Todo quedó en un silencio sepulcral, saboreando la sensación de la muerte en su esplendor tétrico. Retiré mi mano, apreciando su rostro dormido. Su expresión era tan calmada, una llena de paz. Mis ojos se posaron al cuervo negro, quien empezaba a sufrir una convulsión, cayendo junto al cuerpo de su ama, mientras sus huesos eran triturados, escuchándose los crujidos de estos. Sonreí de lado, al ver lo que quería Hazel.
Y reí.
Reí como nunca lo había hecho.
Nunca entendería a los humanos. Eran criaturas tan frágiles, de mentes tan ignorantes y pequeñas. Siempre empeñándose en entrometerse en el camino de otros, para fastidiarles la vida.
Los humanos eran criaturas efímeras.
Tenían la vida contada.
Otro crujido y el cuerpo del cuervo, se alzó por los aires, mientras extendió sus dos alas negras. Poco a poco, su plumaje negro, se convertía en blanco, transformándose en un ave nívea, igual que la nieve.
—Eres una estúpida, Hazel. Una verdadera idiota —mascullé, volteando mientras reía sin parar. Me alejé de ahí, escuchando el aleteo de aquella ave, junto a su aterrizaje en mi hombro.
No paraba de reírme de lo absurdo que era todo.
¿A poco, no era gracioso?
Lo era, cuando se respecta a humanos. Con ellos, todo lo es.
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DAME TU TIEMPO
Paranormal"Dame tu tiempo y te daré lo que deseas", esa fue la frase que escuché cuando estaba llorando afuera del hospital, por saber la situación crítica de mi hermana. Era un chico de alto con gracia y sardónico. Un demonio. ¿Puede una chica como yo, haber...