CAPÍTULO 24

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La respuesta a mi pregunta, es una risa escandalosa. No sabía que tenía conocimiento sobre las cosas humanas. Ni mucho menos, se pusiera ebrio solo por beber vino añejo de primera clase. Suspiro y miro con ganas de reírme, al demonio delirante que está enfrente de mí con una sonrisa irónica. Olvidaré lo que pasó antes con nosotros. Me enfocaré en terminar este trabajo de recolectar tiempo. Es lo mejor.

Sí. Mejor así.

—¿Sabías que el Blues llegó de África occidental? Fue llevada por los esclavos al sur de Estados Unidos —cuenta otro dato que desconocía, mientras destapa otro vino y se sirve en una copa de manera elegante—. Amo ese género de música. Ahora recuerdo que Nina Simone, se llamó Eunice Kathleen Waymon.

—Belicar, deja de hablar. Termina esto para irme a casa. No entiendo el motivo de traerme. ¡No hago nada!

Él suelta una risita elegante.

—Parece que eres ciega en ciertas cosas, chica patata.

—Ya me dieron ganas de golpearte, tonto demonio —ataco ceñuda—. Aún no olvido lo que hiciste conmigo, minutos antes.

—¿Lo de besarte hasta arrimarte? Oh, eso.... —Hace una pausa y bebe otro trago de vino—. Fue delicioso. Tus labios se moldearon con los míos perfectamente. Tu cuerpo estuvo temblando como gelatina que dieron ganas de....

—¡Belicar! —exclamo espantada de escucharlo decir cosas profundas, sobre el beso que nos dimos. ¡Tenía que ser un demonio!—. Termina de beber todo el vino y luego podrás hablar con propiedad.

Él ríe, bebiendo otro bocado de vino sin despegar sus ojos de mí.

Suspiro y paso una mano por mi cabeza. No deseo dejarme llevar por mis emociones. Ni mucho menos, actuar como una adolescente hormonal. Ya pasó mi tiempo para sentir sentimientos ridículos.

Volteo a mirar al otro demonio, encontrándolo con Klaus sujetado en sus manos. Lo aprieta y sonríe escalofriante.

—¡Ahora sí estás gordo! —Lo sujeta muy suave, mientras viene a mí a dármelo—. Ten. Necesito preparar los implementos.

Enarco el ceño, sin comprender lo que ha dicho.

—¿Qué? ¿Implementos? —cuestiono sin entender, mirando sus movimientos sigilosos. La risa de Belicar resuena, haciendo que volteara a mirarlo—. Deja de reírte, idiota.

—¿Sabías que demonio es Belgor?

Entorno los ojos.

—No y tampoco quiero saberlo.

—Yo de ti, si quisiera —refuta, bebiendo otro vino—. Te lo diré igual, chica patata. —Me mira con ironía pura—. Es un demonio que le gusta comer aves exóticas.

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