Nueve, primera parte

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Me miré en el espejo, decidí que ese cabrón no iba a verme mal. No le daría el gusto. Me di un baño, me lavé el cabello y me lo sequé. Me maquillé, quería que me recordara insultándolo, mientras me veía regía. «Máscara de pestañas a prueba de agua» pensé. Decidí prevenir, aunque me repetí como un mantra de que no lloraría ni una sola vez, o me sacaría los ojos con una cuchara. Me prohibí a mí misma mostrar debilidad ante ese canalla.

Me tomé dos ibuprofeno. El dolor menstrual no iba a estorbarme para decirle de todo. Luego me vestí con una camisa negra, manga larga que abotoné en mis muñecas. Unos skinny jeans y zapatillas. Me rocíe un buen perfume y caminé de un lado a otro para intentar que la ansiedad bajara.

Nat me había explicado que debía permanecer con él en el área de la sala y la cocina, desde donde la cámara tenía un buen ángulo para captar nuestra conversación. Respiré profundo y, una vez más, traté de mantenerme lo más tranquila posible. Diez minutos después, sonó el timbre del apartamento y mi rabia reapareció en su máxima expresión. Abrí la puerta de mi habitación y escuché a mi mejor amiga recibirlo.

—Hay reglas para esta conversación. Él es mi amigo Fernando. Estaremos en mi habitación mientras ustedes hablan. No le tocas ni un cabello, tengo un bate, no dudaré en partirte la cabeza. Además, tengo en discado rápido al primo de Fer que es policía —mintió—. ¿Entendido?

—Entendido —le escuché responder.

—Iré por Max.

De repente me convertí en gelatina. Mi corazón golpeaba tan fuerte contra mi pecho que tuve que sentarme. No era miedo, era otra sensación, algo que no sabría describir. Era una mezcla de ansiedad, de ira, de rabia, pero al mismo tiempo, de curiosidad, de saber qué excusa iba a darme ese hombre. ¿Qué podría decir? No le había dado ningún beneficio de la duda y no pretendía hacerlo.

—Puta madre... ¡Beyoncé! Queen B, estás... ¡Así se hace! No le des el gusto a este hijo de puta de verte mal. Estaré en mi habitación, hazlo sufrir, que espere, no salgas de inmediato.

—Ok, ok —dije y me acomodé el cabello de medio lado.

—En serio te ves fabulosa. No vayas a llorar. No llores delante de ese desgraciado.

—Está bien.

—Ya la cámara y mi teléfono están grabando... Por cierto, para que no te caiga de sorpresa.

—¿Qué? —pregunté ansiosa.

—Él también se ve bien.

—¿Cómo?

—Sí, que tiene cara de que no ha dormido en una semana, pero el muy imbécil anda muy bien arreglado —Nat hizo una mueca de desdén.

—Pero yo estoy mejor, ¿no?

—Sí, obvio, tú eres la puta ola, arrasas con todo. Cualquier problema, no dudes en llamarme. ¿De acuerdo? —Asentí—. Se fuerte, Sirenita.

Mi amiga me dejó a solas y yo inhalé profundo. Me temblaba el cuerpo. «Autocontrol ante todo, que no te vea sudar», me dije y salí de mi habitación. Nat estaba en la suya, que se encontraba al final del pasillo, conversando con Fer. Había dejado la puerta abierta, por lo que me acerqué y la cerré casi por completo. Era raro, mi mejor amiga estaba grabando todo, pero al mismo tiempo, necesitaba privacidad para hablar con él, como sí lo nuestro fuese algo...

Algo.

La angustia que sentía fue disminuyendo con cada paso que daba hacia él. En cierta forma, era un momento cumbre, porque al fin le vería, discutiríamos lo que tuviésemos que discutir y todo se acabaría.

A la Máxima (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora