Cuarenta y ocho

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Se giró hacia mí mientras se subía el cierre de la bragueta y me miró con desdén absoluto, cuestión que hizo que me quedara paralizada frente a la puerta del cubículo del baño en donde había entrado Clau. Pasó por mi lado y comenzó a lavarse las manos. Pestañeé un par de veces atónita intentando procesar el motivo de su actitud. Me encaró segundos después con la misma mirada cargada de desprecio.

—Veo que estás pasando una noche de maravilla.

Me miró de arriba abajo de mala gana y yo parpadeé perpleja, sin entender su tono de arrogancia.

—Mi mejor amiga está cumpliendo años... —expliqué mi comportamiento sin razón alguna.

Frunció la boca.

—Que la sigas pasando bien con ese tipo... El que te agarra de la mano, con el que bailas de lo más contenta —insinuó malintencionado.

—Yo no...

—Leonardo suele tener un pésimo gusto para las mujeres. —Me interrumpió sin más—. No es ninguna sorpresa que no seas trigo limpio.

—¿Y este quién es? —preguntó Clau al salir del cubículo, mientras se terminaba de bajar la falda. Pareció reconocerlo segundos después, pues había visto sus fotos en el pasado—. Ah, el amigo medio calvo y feo... Pero ¿qué te pasa? Diego es un imbécil, embustero infiel ¿y la vas a criticar a ella por salir al cumpleaños de una de sus amigas?

Él la miró con semblante de repulsión.

—Marco, no seas imbécil —dije mirándolo de mala manera.

—¿Y si sale con otro qué? —insistió Clau.

—¿A una semana de terminar con Leonardo? Oye... Muy viuda alegre de su parte —expresó cretino y mi amiga lo empujó.

—¿A quién le estás diciendo puta, enano horrendo, pito corto? Te voy a partir la madre... —dijo mi amiga enfurecida y la tomé del brazo para que no caminara hacia él—. ¿Quién le va a guardar luto al poco hombre que tienes como amigo? Imbécil ese al que Máxima siempre le quedó grande.

Marco volvió a mirarla con repudio y dio un paso hacia atrás para ir hacia la puerta.

—Púdrete —grité molesta por su actitud, antes de que saliera del baño.

El labio me tembló.

—¡No llores! No le des el gusto a ese enano horroroso.

En ese momento se abrió la puerta y entró un chico que tras mirarnos y procesar que había dos chicas en el baño de caballeros, caminó hacia los urinarios.

—Le va a decir a Diego y él va a creer que yo...

—Que crea lo que le dé gana, en serio, que se joda mucho ese pendejo, que se dé cuenta lo que perdió por embustero.

—Clau...

Negué con la cabeza y entré al cubículo, necesitaba orinar. Al terminar no pude evitar llorar muerta de la rabia intentando ahogar mis sollozos. Yo amaba a Diego y lo que menos quería era que él creyera que después de una semana de que termináramos había salido con otro. Lo extrañaba tanto... Por incongruente que pudiera parecerle a mi amiga, me seguía importando la opinión de mi ex.

Salí del cubículo y tras lavarme las manos me sequé las lágrimas, reprochándome el haber dejado que el desconcierto se adueñara de mí y no haber puesto en su lugar al cretino de Marco.

Clau intentó darme palabra de aliento, pero era insuficiente.

Caminé de vuelta al bar y al llegar a la otra escalera que estaba a la izquierda, miré hacia abajo, al final de esta iba Marco con Grecia y algunos amigos que reconocía de su fiesta de cumpleaños. Los seguí con la mirada hasta que abandonaron el local. Seguramente habían estado en uno de los reservados y desde ahí él había podido ver todo lo que yo había hecho abajo.

A la Máxima (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora