Cuarenta y siete

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Galletas, no hagan spoilers.


Canté con todas mis fuerzas como si de esa manera pudiera arrancármelo del pecho.

Nunca había estado en el bar Magenta, pero me gustó de inmediato. Tocaban rock, música alternativa y los tragos eran buenos. Fernando estaba borracho, no obstante, se pretendía con la suficiente compostura para bailotear conmigo.

Comprendí que esa era la única manera de olvidar a mi ex un rato, mientras brincaba en una pista de baile, gritaba una canción y el alcohol corría por mis venas. Me dejé envolver por la atmósfera del lugar, para resguardarme a mí misma del dolor, del sufrimiento que significaba esa semana sin verlo.

Mi espalda se rozó con la de Brenda que bailaba despechada a mi lado en compañía de Alfonso, uno de nuestros amigos de la universidad. Andy la había dejado tras varios días de acaloradas discusiones llenas de resentimiento. Él era un infiel con una gran labia que se excusaba en su juventud y en que solo lo hacía por diversión. Ella, en cambio, era renuente a aceptar lo obvio, le funcionaba mucho la personalidad de Andy como pretexto para hacer lo que le daba la gana. No se admitía a sí misma que le gustaba salir con dos tipos a la vez, era más fácil decir que lo hacía por pagarle con la misma moneda a Andy.

Yo preferí no echárselo en cara, pues si ella se negaba a verlo, quién era yo para importunarla.

Miguel se había ido tan rápido como había llegado a su vida. Se había reincorporado a clases al final de la semana y a mi amiga le había fastidiado su repentina intensidad para formalizar algo. Insistía en tomarle la mano públicamente en la universidad y buscaba adoptar conductas románticas frente a la mirada de cualquier estudiante curioso. Comprender que se había convertido en una especie de trofeo de machos la asqueó. Ella no estaba para validarle la masculinidad a Miguel que se creía muy capaz, tras capturar la atención de la novia del nadador más guapo del equipo de natación.

Nat jaló a Fernando para que la acompañara a la mesa a beberse algo, por lo que me quedé con Clau como pareja de baile. A media noche celebraríamos el cumpleaños de mi Lechuguita, para después irnos al pueblo al día siguiente. Aquello había fundido como motivación para salir de casa. Había sacado a relucir mis mejores energías, pues si algo se merecía Nat era pasarla bien. No pensaba ensombrecerle la noche con mi constante melancolía.

Tras haber durado toda la semana solo yendo a clases, intentado alimentarme, aunque estuviera desganada y mantenerme a perpetuidad tirada en el sofá viendo Bojack Horseman, decidí seguir el consejo del caballo: «pretende que estás feliz y eventualmente olvidarás que estás pretendiendo». Al menos por una noche me pareció que podía hacerlo, sobre todo, porque comenzaba a crecer en mí el hastío. Yo no quería estar mal, no obstante, la tristeza era un sentimiento ineludible.

«Una noche, Máxima, puedes lograrlo por una noche», me dije mientras bailaba con mi amiga y me llevaba con celeridad a los labios el gin tonic que tenía en la mano. Supuse que si embotaba mi cerebro con alcohol podría disuadirme de pensarle, al menos de forma clara y concisa.

—Está bueno ¿verdad? —dijo Clau a mi oído para hacerse oír sobre la música.

—¿Quién?

—El guitarrista.

Giré hacia el escenario para mirarlo y cuando quise asentir en dirección a Claudia me quedé pasmada al ver a Gabo que caminaba hacia nuestra mesa en donde estaba Natalia. Nos habíamos decidido por ese local nocturno para no coincidir con él o cualquier de sus conocidos, por lo que su presencia era sin duda indeseable.

El muy imbécil se acercó a Nat que se giró a mirarlo sorprendida. Él se inclinó hacia ella para hablarle y por la cara de Fer, supe que no era bueno lo que decía. Abandoné la pista en compañía de Clau, caminamos entre los cuerpos danzantes para llegar hasta mi amiga que había esbozado una radiante, hermosa y falsa sonrisa. No conseguía escucharle por el ruido, pero no había que ser adivino para saber que ella estaba pretendiendo entereza. Segundos después, los vi desplazarse a la pista de baile. No me lo creía. Llegué hasta Fer que confirmó mis sospechas.

A la Máxima (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora