Cincuenta y cuatro

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Por un segundo tuve la certeza de que me besaría y comprendí que tal vez no pondría oposición

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Por un segundo tuve la certeza de que me besaría y comprendí que tal vez no pondría oposición. Estaba demasiado perturbada por su cercanía y el semblante magnético de su rostro. Demasiado embebida por sus ojos oscuros que descendieron a mirar mis labios y por el calor que desprendía su mano sobre mi rodilla.

—Asumiré que tu silencio significa que me perdonas. —Su voz sonó ronca, como un susurro meloso y yo fui incapaz de contestarle. Segundos después, alzó la vista para mirar detrás de mí, hacia la costa—. Mejor volvamos.

Su mano abandonó mi rodilla y se giró para tomar un sorbo de su botella. Luego encendió la moto y se colocó los lentes. Le di un trago hondo a mi bebida y me bebí casi la mitad, necesitaba calmarme, estaba arrítmica.

No me quedó de otra que abrazarme a su abdomen, mientras presionaba el pulgar encima de la boca de la botella para que no le entrara agua de mar. Él condujo absurdamente despacio, como si quisiera dilatar nuestro regreso a la costa, aunque tal vez la explicación más probable para su comportamiento fuese que por ratos se llevaba la botella a los labios, por lo que conducir rápido no era una opción.

Al llegar, bajé de la moto y le ofrecí ayuda para llevarla a la arena, pero no aceptó. La arrastró fuera del agua él solo.

—Gracias por el paseo.

Asintió con una sonrisa dulce y yo comencé a caminar en dirección a la carpa con una sensación de extravío latente. Me sentía incómoda, confundida. ¿Me había molestado que no me besara? Aquello era rarísimo, ¿por qué me fastidiaba que no sintiera interés por mí? Supuse que era una cuestión de ego, por sentirme rechazada y eso era absurdísimo, él no me importaba para nada y yo consideraba que no era así de básica en la vida.

Cuando Antonio llegó a donde estábamos todos reunidos, recogiendo nuestras pertenencias, una de las chicas con las que él había estado jugando voleibol, rato antes, se acercó para coquetearle en toda norma y este pareció ser recíproco en sus atenciones.

—Nos vemos en la noche —dijo la chica de piel canela y no tardó en darle un beso en la mejilla antes de despedirse.

Me hice la desentendida y me senté en la camioneta de Filippo, para conversar con Brenda y Carla. Me esforcé en mantener una impostada charla amena, al punto de hacerle creer que sería una pena interrumpirla, pues puse cara de circunstancias cuando Andrés se acercó a la camioneta.

—Ni modo, seguimos conversando en la casa.

Carla me tomó del brazo para que no me fuera y le pidió a su novio que acompañara a Antonio. Brenda, desde el asiento delantero, hizo un gesto que solo pude ver yo, que pareció indicar un «le gustas un montón». Por lo que analicé que mi maniobra de intercambio de vehículo, para evitar incomodidades, había resultado un remedio peor que la enfermedad. Aun así, preferí lidiar con una chica que me había besado, y no parecía muy arrepentida al respecto, que tener que hacer charla por media hora con Antonio.

A la Máxima (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora