treinta y cuatro, primera parte

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Mientras paseábamos alrededor de los autos, en el concesionario, me di cuenta de que lo que había sucedido entre nosotros, en las últimas semanas, se debía al encuentro fortuito de Diego con delincuentes.

Ser consciente de eso me generaba sentimientos encontrados, porque, aunque ya no le guardaba rencor por no haberme contado sobre su doble vida, aun cuando sabía muy bien que sus mentiras habían estado muy mal, me preguntaba, qué habría ocurrido si la noche hubiese ido de otra manera. Tal vez nunca habríamos estado juntos y esa era una posibilidad que me resultaba demasiado funesta.

Mi vida apacible de estudiante que coqueteaba con escribir en redes, mientras se preparaba a nivel académico para un futuro serio y salía de fiesta con sus amigas, palidecía ante los placeres y las emociones descubiertas al lado de un hombre como él, tan interesante, inteligente, guapo y dulce.

Me sorprendí de pensar de esa manera, de llegar a esa conclusión. Me gustaba creer que nuestra felicidad existía a pesar de sus errores, no gracias a ellos. No obstante, el robo había sido fortuito y había sido el causante de que descubriera sus mentiras.

Todas esas circunstancias me revolvían las emociones. Había una tónica de ambivalencia, la felicidad, versus el miedo a sentir demasiado, a que él fuese como una sustancia estupefaciente a la que me estaba haciendo irremediablemente adicta tan rápido y tan fuerte. Me encontraba aturdida por tanto deseo que se presentaba a cada rato intenso y sobrecogedor. ¿Era normal sentirme así? ¿Realmente importaba la respuesta? Tal vez ese era el problema, estaba demasiado dispuesta, era algo en sus besos que me atraía hacia él, a lo que fuese que quisiera darme, a rendirme a sus encantos y no querer hacer más que estar a su lado.

La dicha le hacía sombra a mis temores.

—Esto va a sonar mal y muy raro, pero me alegro de que te robaran esa noche. —Diego se acercó a mí—. De otra manera no estaría aquí contigo, porque tú no querías contarme nada.

¿Había algún tipo de declaración de amor más pura que esa? ¿Decirle a Diego que a pesar del daño que me había causado, me encontraba en un punto en que creía, patéticamente, que todo aquello, de alguna manera, había valido la pena? ¿Era consciente él de lo jodida que estaba por admitir algo así en su cara a plena luz del día? Me perturbaba pensar de esa forma, lo ideal sería querer que todo hubiese ocurrido de manera diferente, solo que dedicarme a desear eso, no marcaba ningún cambio de circunstancias. Esa era nuestra historia, una muy rara, pero nuestra.

Diego hizo una mueca y arrugó la cara al oírme decir eso. Al menos le desagradaban mis palabras.

—No digas eso, Gatita. Lo hice todo mal contigo... —Negó con la cabeza—. Perdóname.

Él me estrechó entre sus brazos y sentí alivio. Eso hacía él conmigo, me daba alivio incluso en esos breves momentos en los que me desmoronaba. Era el lugar menos idóneo para aquella conversación, solo había ocurrido sin planificación, así que le agradecí que fuese lo suficientemente intuitivo como para entender que necesitaba que me confortara.

—¿Recuerdas haberme visto en el hospital? —murmuré con los labios pegados a su cuello.

—Sí, solo que no sabía si era cierto o producto de un sueño. Me encontraba algo atontado entre el alcohol, los golpes, el puto cansancio de días sin dormir porque no nos hablábamos... —Me sostuvo el rostro para que lo mirara y en sus ojos encontré todas las certezas que necesitaba. Era algo que simplemente sentía de manera inequívoca. Diego estaba siendo honesto—. Estaba aterrado. Creí que te había perdido para siempre.

—Aún tengo ese teléfono... Porque tú, desgraciadito, tenías un teléfono solo para mí.

—Sí, bueno, no te podía dar mi número real que tiene como mensaje de voz mi nombre. Por cierto, lo quiero de vuelta, ahí están todas las fotos que me enviaste.

A la Máxima (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora