Treinta y siete, primera parte

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Mi madre me hablaba, pero su voz era como un eco lejano en mi mente. Balbucí un saludo y le pregunté por su día, sin poder apartar la mirada de la escena que seguía teniendo lugar a escasos metros de mí. Todo a su alrededor se había difuminado. Solo podía observar a mi novio mientras hablaba con esa chica a la vez que intentaba ser como Nat, conocedora del lenguaje corporal para interpretar cada acción.

Ella frunció la boca y tras sonreírle de nuevo, volvió a ponerse de puntillas para despedirse de Diego con otro beso y un abrazo apretado que él recibió menos incómodo que antes. Mi novio siguió con la mirada como la chica se alejaba hacia la salida del hotel en donde la esperaba un hombre. Ella se despidió con un gesto de mano que Diego correspondió y se marchó.

Como una veleta azotada por un huracán, cambié la dirección de mi cuerpo en una maniobra rápida, para disimular mi reciente análisis visual, pues preví que, lo más probable fuese que mi novio se girase a mirarme.

Retomé la conversación con mi madre con un titubeo patético en la voz. Respiré profundo para reponerme y hablarle sobre el congreso con absoluta autoridad de conocimiento, o sea, mentirle de lleno.

Unos minutos después, noté la cálida mano de mi novio en mi espalda baja y su nariz hundiéndose en mi cabello, mientras que me despedía de mi madre. Me giré hacia él que me mostró la tarjeta de la habitación con una sonrisa ligera en los labios.

Me tomó de la mano y me condujo hacia los ascensores. Me lamí los labios nerviosa, mientras pensaba en cómo debía abordar aquello. Respiré en busca de la manera más acertada de realizar la pregunta y esperé a que los otros huéspedes y el botones que llevaba el equipaje desocuparan el ascensor para hablar. Supuse que Diego había rechazado la ayuda de uno.

—¿Quién era esa chica con la que conversabas? —dije en el tono más neutro que pude.

—Solía salir con ella... —contestó sin más—. Es mi exnovia.

¿Ella era su exnovia? ¿Esa mujer? «Bueno, pero ¿qué esperabas, a la malvada bruja del mar?», pensé a la vez que una sensación de tranquilidad me recorría el cuerpo, que no me atreví a interiorizar. Moví la cabeza mirando los números del panel del ascensor, estábamos por llegar a nuestra planta.

Traté de mantener una actitud de fingida indiferencia e incluso, intenté bloquear esos pensamientos que me instaban a sentir cierto alivio. Resultaba un tanto cretino y creído de mi parte pensar en que no tenía nada de qué preocuparme de esa chica. No quería ser de ese tipo de personas que subestimaban a las demás. Aunque si tomaba en cuenta lo que siempre decía mi mejor amiga, las mujeres poseíamos un sexto sentido. Uno que se nos agolpaba dentro y nos retumbaba en las entrañas para mostrarnos detalles que a veces, de otra manera, no veríamos.

Mi novio abrió la puerta e ingresamos a la habitación. Nunca había estado en un hotel con otro chico que no fuera mi hermano en alguna vacación familiar. Todo con Diego era nuevo.

La cama era inmensa y la estancia tenía un escritorio, un sofá pequeño que hacía juego con un sillón color rosa palo entre otros muebles que amenizaban el lugar que se sentía muy acogedor. Tras dejar mi equipaje a un lado, abrí la puerta corrediza y salí hacia el balcón con vistas a la larga avenida llena de altísimas palmas reales, mientras me dedicaba a pensar.

¿Qué podría haber hecho esa chica para caerle mal al señor Roca? ¿Y sí tal vez no era nada de eso? ¿Tal vez Diego la había dejado de querer, sin dramas de su parte y ella no se lo había tomado bien? En ese caso, ella podía haberle dicho algo hiriente que lo había hecho deprimirse y esa había sido la causante de la molestia del señor Roca. O tal vez yo había malinterpretado todo. Tal vez su padre solo estaba preocupado por mi juventud y que no me tomara mi relación en serio, pues temía que la depresión de su hijo, a causa de la muerte de su exesposa, volviera a él si yo le dejaba...

A la Máxima (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora