Uno, primera parte (Libro 1)

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Caminé hacia la sala mientras me rascaba el abdomen y bostezaba como babuino. Saludé con la mano a Nat que estaba en el sofá despatarrada viendo televisión y luego fui a la cocina. Me preparé un gran tazón de cereal de aritos de colores y saqué del refrigerador el bidón de leche para servirla sobre este.

Uno de los detalles que más me gustaba del apartamento en el que vivía, era que tenía cortinas tupidas que lo dejaban todo en penumbras, aun cuando era plena tarde.

Me moví entre las sombras y tomé asiento junto a mi amiga.

—Déjame adivinar, ya terminaste toda la temporada de la serie.

—Mira que me está gustando bastante, pero me lo estoy tomando con calma, apenas voy por el cuarto capítulo. Trataré de dosificarla —dijo con un fingido tono solemne.

—A ver cuánto te dura el intento.

Me llevé una gran cucharada de cereal a la boca que logró que mi mejor amiga arrugara la cara.

—Agh, te odio tanto. ¿Sabes que es una razón perfectamente válida odiar a alguien porque come y no engorda?

Me decía eso al menos dos veces por año desde que éramos adolescentes.

—Desayuno de campeones.

Me encogí de hombros y me llevé otra cucharada a la boca.

—Hoy también tienes clases, ¿cierto?

El semestre estaba comenzando, aún no sabía mi horario.

—Seeee —contesté con la boca llena como un animal rumiante—. Dentro de una hora, a las cuatro.

—Mira rayito de sol, pero cada día te despiertas más tarde, supongo que te acostaste tardísimo hablando con Leo —pronunció su nombre de forma cantarina con cierto desdén.

—Sabes que no, él trabaja. Por lo general conversamos hasta las doce de la noche, cuando mucho, rara vez y, lamentablemente, anoche no lo hicimos.

»Y déjame, al menos yestoy interactuando con otro ser vivo. Tú en cambio te la pasas aquí viendo películas o series todo el día cuando no estás en clase —bromeé solo por fastidiarla. Mi lechuga era bastante extrovertida.

—Loca, pero ¿qué dices? Te puedo hacer una tesis de todas mis interacciones sociales con y sin penetración. —Me reí—. Al menos yo no pierdo mi tiempo hablando con un tipo con novia, que vive lejísimo de aquí.

—Somos amigos. —Afirmé mientras masticaba—. Y no es tan lejos, dos horas, si acaso.

—Él es tu amigo, tú, en cambio, quieres que te arranque la ropa y se lleve tu virginidad de una vez por todas.

»Ay, sí, Leo, ven papucho, ven y ¡¡¡tómame!!! ¡Mi himen es tuyo! —dijo histriónica.

—¿Por qué tienes que hacer que todo suene tan jodidamente sórdido y asqueroso?

—Es un don —contestó haciéndose la graciosa—. Solo digo que es una pérdida de energía invertir tiempo en una situación que no va a tomar lugar, cuando podrías estar conversando o saliendo con tipos solteros que viven en tu misma ciudad.

La miré confundida.

—Sabes que lo hago, no dejo de hablar con chicos. ¿Qué quieres que haga si todo lo que se me acerca es puro baboso pendejo? Sí a mí me invitara a salir un tipo decente, obvio voy a decir que sí, no es como que voy a dejar de hacerlo por Leo.

Rodeé los ojos.

—Claro, claro y sin compararlo con el tal Leo que ni guapo es.

—No seas pesada, Nat, yo te apoyo en todo, aun cuando te inmiscuyes con tipos inservibles, haz lo mismo, joder —dije en mal tono y me llevé otra cuchara de cereal a la boca.

A la Máxima (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora