Cincuenta y dos

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Dormí poco, me costó mucho conciliar el sueño, pues mi cerebro insistió en reproducir la imagen de él junto a esa mujer y eso me dejó claro que debía dejarlo ir, olvidarlo para siempre, así como él parecía estar haciendo conmigo.

A pesar de las pocas horas de descanso, conseguí levantarme temprano. Natalia se marchó mientras desayunaba. Me apresuré a hacer mi maleta, entretanto le notificaba a mis padres de mi viaje y eso me amargó un poco la mañana, mi papá no estaba contento e incluso quiso darme a entender que no podía viajar, porque él no me había dado permiso. Aquello me enervó y le contesté que mi hermano no le pedía permiso para hacer nada.

—De tu hermano no me tengo que preocupar porque lo violen, lo maten y lo tiren en una zanja.

Tenía un argumento válido así que suavicé todo al explicarle a donde iría, con quien y que me cuidaría mucho. Me pidió que le escribiera cada tanto y que si tenía cualquier problema le llamara sin importar la hora.

Para ponerme de buen humor, fui a la tienda a comprar galletas para tener para el viaje. Recordé aquel día que se las había dado en la boca, pero me negaba a dejar de comerlas para no pensar en él. Eran muy buenas y en verdad necesitaba azúcar.

Cerca de las nueve de la mañana estaba en la recepción del edificio a la espera de que llegara mi amiga. Vi como Filippo se estacionaba, por lo que salí en su encuentro, su camioneta tenía adosado un tráiler con una moto de agua.

Segundos después, se acercó una pick up de una sola cabina que se detuvo a pocos metros detrás de él. Miré a Antonio que me saludaba a través del parabrisas y le devolví el gesto, mientras recibía un beso en la mejilla de Brenda.

—Te cuento, a Antonio le han dejado plantado, puedes viajar con nosotros y los amigos de Filippo o puedes irte con él para hacerle compañía —explicó mi amiga.

—Hola, Max —dijo Filippo y tomó mi equipaje para guardarlo en la maletera de su camioneta.

Antonio había sido amable conmigo en dos ocasiones distintas, por lo que sopesé acompañarlo para devolverle el favor.

—Me iré con él.

—Está bien, aquí va el mejor amigo de la adolescencia de Filippo con su novia y no hace más que contar historias de ellos viejísimas, creo que te aburrirías un montón.

Caminé hasta la camioneta de Antonio, abrí la puerta y le sonreí.

—Me han dicho que necesitas compañía. ¿Puedo viajar contigo?

—Por favor —contestó amable y quitó un suéter que estaba en el asiento, para que yo lo ocupara.

—Gracias.

Él me indicó que me colocara el cinturón y mencionó que podía cambiar la música si así me apetecía. Tardé solo un par de segundos en comprender que aquel viaje sería un poco incómodo, pues no se me daba muy bien conversar con él. Sí, teníamos amigos en común, pero de no ser porque Brenda y su primo habían comenzado a salir juntos, nosotros no habríamos tenido motivos para coincidir.

—¿Y eso que decidiste acompañarnos? —preguntó mientras se incorporaba al tráfico.

Ahí estaba, la temida charla intrascendental que socialmente se estilaba en esos casos. Le miré unos segundos antes de contestar, llevaba un atuendo informal y playero. Pantalones cortos, camiseta y una gorra, que al igual que el día anterior, le restaba seriedad a su aura natural de hombre misterioso.

—Mmm, Brenda insistió y bueno, estoy muy blanca, supongo que no me viene mal broncearme un poco.

—Ah... Yo compré protector solar. —Sonrió.

A la Máxima (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora