Cincuenta

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Miré los contornos de la ciudad desde la ventanilla, los peatones en las aceras, las luces de los autos en las filas del tráfico, los edificios y comercios, mientras pensaba en que debía ver el lado positivo. Ramiro era un poco fastidioso, pero al menos ya nos conocíamos, por lo que se eliminaba la incomodidad de tener que intercambiar conversaciones con un extraño.

Le miré de reojo, iba ensimismado en su teléfono y no paraba de teclear. No podía precisar su estado de ánimo, pero era obvio que iba muy concentrado en su charla. Se traqueaba los nudillos de una mano, movía el pie con insistencia y por momentos, miraba hacia el exterior de la camioneta como si analizase qué responder.

Cuando llegamos a nuestro destino en el centro de la ciudad, Ramiro guardó el teléfono en su bolsillo y pareció recomponerse.

—¿Por qué este cine? —preguntó con aire distraído.

—Porque... sí —contestó Filippo a la vez que encajaba la mano en la cintura de mi amiga.

Ramiro y yo cruzamos miradas, él me ofreció su brazo con una postura de caballero que acepté por llevarle la corriente. Caminamos unos metros hasta la entrada de un antiguo centro comercial. Había sido uno de los primeros en construirse en la ciudad por lo que su arquitectura resultaba elegante y vistosa. Estaba rodeado de un denso jardín con caminitos adoquinados para pasear. En el interior, las exhibiciones de las tiendas guardaban cierto aire de antaño, era como transportarse a otra época.

Llegamos a la vieja sala de cine que no proyectaba películas en estreno. Brenda y Filippo ya habían decidido qué veríamos. Pareció que nos preguntaron nuestra opinión solo por cortesía. Ramiro se opuso a la película seleccionada, así que votamos y yo apoyé a mi amiga.

—¿En serio me van a hacer ver El fotógrafo? —preguntó en un tono ¿de preocupación?

—Sí, no seas cobarde —respondió Filippo.

—¿Te dan miedo las películas de terror? —preguntó Brenda.

—Sí, obvio, son para eso, para que te den miedo... ¿Quién quiere ver eso? En serio ¿Por qué? ¡Respóndanme!

Filippo lo ignoró, Brenda también, así que hice lo mismo. Tras pagar las entradas pasamos al mostrador de comida. Filippo y Brenda compraron a sus anchas, entretanto Ramiro y yo esperábamos nuestro turno. Miré de nuevo de reojo cómo sacaba su teléfono del bolsillo, leyó la pantalla e hizo un gesto de hastío. Luego lo guardó con rapidez y se recompuso. Algo en su actitud me cautivó.

—Recuerdas esa vez que hablamos en el boliche y me dijiste algo sobre el sufrimiento, ¿qué fue?

—¿Yo? —Me miró pensativo unos segundos. Asentí alzando las cejas, para instarlo a rememorar nuestra conversación—. Ah... Sí, sí, cierto, una de mis frases favoritas: el dolor es inevitable, pero el sufrimiento... ese es opcional.

—Esa misma.

¿Acaso eso era lo que él hacía? ¿Escogía no permitir que el contenido de esos mensajes le arruinara la noche? Analicé que tal vez esa era la actitud que debía tomar también.

—Me alegra que recuerdes cada una de nuestras conversaciones. —Sonrió y se colocó la mano en el pecho, sobre el corazón, en un gesto de fingida ternura.

Mi respuesta fue rodar los ojos y suspirar.

—Estoy un poco preocupado... —dijo segundos después, por lo que giré a mirarle—. Espero que te dejen entrar al cine. —Metió las manos en los bolsillos de su pantalón y alzó el rostro para mirar con aire distraído la pantalla en donde se promocionaban distintos productos.

A la Máxima (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora