El lunes al medio día me vi en la penosa obligación de salir de la cama. La esperanza de remontar a un estado físico menos doloroso me parecía ilusoria, me había resignado a esa muerte en vida que me consumía. Me arrastré hasta la puerta y contesté el intercomunicador, había llegado un paquete para mí. No esperaba nada, lo coloqué en la mesa para deshacer el envoltorio y cuando descubrí la caja color borgoña que tenía grabada el nombre de aquella carísima tienda de lencería, cerré los ojos y negué con la cabeza.
Suspiré al recordar a Diego diciendo que me compraría más medias. Jamás me imaginé que pasaríamos de orbitar en un estado perpetuo de delectación a la realidad asfixiante que nos circundaba.
Me alejé de la mesa para buscar un vaso de agua y lo encontré en la barra de la cocina. Natalia debió haberlo recibido temprano. Parecía que solo me daba flores en momentos de tensión. El ramo de peonías color coral yacía en medio de mi cocina, ajeno al suplicio que había suscitado su presencia en mi apartamento. Una vez más negué con la cabeza y decidí tomar la tarjeta para terminar con aquello cuantos antes.
«El instinto es algo que trasciende el conocimiento. Sin duda contamos con fibras más finas que nos permiten percibir las verdades cuando la deducción lógica, o cualquier otro esfuerzo del cerebro son inútiles. Nikola Tesla».
—Agggggh, maldito cabrón manipulador.
Enfurecida, caminé hasta mi habitación y tomé mi teléfono para llamarlo. Aguardé a que contestara con un cúmulo de insultos en la punta de la lengua que se quedaron flotando en el aire cuando le escuché decir mi nombre en un tono que denotaba emoción.
—Mentiroso.
Comencé a llorar de manera abrupta.
—Por favor, créeme. Créeme que solo quiero estar contigo.
Solté un quejido de rabia, de tristeza, de desesperación y finalicé la llamada. Diego me pedía que confiara en mi instinto, pero este nunca pareció haber acertado con respecto a él.
Me hice un ovillo en la cama, ansiando ser capaz de apagarme un rato, simplemente dejar de pensar y de darle vueltas a lo sucedido. Deseé poder cortar la línea eléctrica que alimentaba a mi insaciable mente de generar teorías e intentar encajar piezas en un rompecabezas del que no tenía conocimiento como era su forma. Ansiaba dejar de hundirme en la miseria espesa. No tuve éxito.
Traté de unir los fragmentos que conocía de su vida y una vez más tuve la sensación de que nada de lo que sabía de él, era algo en verdad transcendental. Yo conocía al ingeniero inteligente y eficiente. Al profesor diligente, pero Diego Leonardo parecía ajeno a mí, ¿qué sabía en realidad sobre él? Cuando intentaba reunir nuestros momentos me daba cuenta de que no tenía más que un puñado de domingos en los que me había enrollado entre sus sábanas demasiado ávida del contacto de su piel, de tardes de mensajitos subidos de tono, de horas al teléfono en conversaciones intelectuales. De él solo conocía esos ojos grises entornados por el placer, esas sonrisas afables y esas lamidas de labios lujuriosas.
No fue hasta ese momento que comprendí que él había evadido todo análisis riguroso para dejarme a propósito en la oscuridad y percatarme de aquella realidad me llenó, por enésima vez, de rabia.
*****
—A ver, abre la boca, aquí viene el pene —dijo Clau mientras sostenía el tenedor con un pedacito de pollo frente a mí y me reí de su mal chiste—. Es que sí a mí me dicen que viene un avión no me provoca abrir la boca. —Rodé los ojos y le quité el tenedor—. Tienes que comer y no dejar que ningún pendejo te amargue.
Asentí, pero aquella risita momentánea desapareció tan rápido como apareció.
—Cierto, debes comer —dijo Nat que estaba preparando una ensalada detrás de la barra—. Estás muy pálida.
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A la Máxima (completa)
أدب المراهقين«Salir con un hombre como él está mal. Máxima lo sabe, su lógica se lo dice, su mejor amiga se lo recuerda. Aun así, decide hacerlo». El semestre comienza y Máxima se entera de que hubo un error en el sistema de las inscripciones de la universidad y...
