Epílogo

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Perdonar no es tan fácil como dicen, de hecho, creo que es la cosa más difícil que en algún momento hemos tenido que hacer. Perdonar es olvidar, olvidar los errores de otros que te lastimaron... y no hay cosa más difícil que olvidar. Yo no creo en el "comencemos de cero" porque nunca podrás comenzar desde cero con una persona que te destrozo el alma y pateo tu corazón hasta el cansancio.

La encrucijada de mi vida se remontaba a perdonar, perdonar a mis padres, a mi abuelo y perdonarlo a él, a Ian. Quien asesino mi alma y cuerpo. Pero también estaba el borroso recuerdo de mi madre pidiéndome que perdonará, ¿podía yo hacer algo como eso? ¿Cuando ellos me arrebataron hasta la más mínima felicidad?.

Pero al ver al pequeño Lorens acurrucarse en mi pecho, buscando mi calor y el sonido de mi corazón, me hacen querer hacerlo, porque aún con todo eso, ellos cuatro me dieron la felicidad más grande que en algún momento voy a poder tener. No agradezco lo que pase, pero lo pasaría una y otra vez para poder sujetar a mis bebés entre mis brazos. Viendo como mi pequeño capullo de ojos turquesa me perdono por lo que pude haberle hecho, me ánimo a perdonarnos a ellos por lo que no hicieron.

Pase mi dedo por sus finos labios, los cuales estaban fruncidos y sus ojitos bien abiertos, buscando algo, sintiendo mi presencia.

-Mi pequeño pedazo de cielo. -Susurre, para darle un beso en la cabeza. -Como te amo.

Porque en las semanas que llevaba estabilizandome, verlos de nuevo, con otros ojos, me hacían saber que no iba a poder vivir sin ellos, y que debía esforzarme el doble para que ellos fueran felices.

Me levante lentamente de la cama para llevarlo a su cuna, dejando un beso en su suave y abultada mejilla. Me acerque a la cuna rosa de mi pequeña Antonella, quien lloraba a todo pulmón, mientras alaba su mata de cabellos, tan oscuros como la noche. Sus enormes ojos castallos estaban inundados en lágrimas, estremeciendo mi corazón por el dolor que ella estaba sintiendo. Como pude despegue el pequeño puñito de su cabecita, para arrullarla, metiéndole y susurrando boberias a su alrededor. Mire a tras las otras tres cunas para asegurarme que ellos estuvieran bien.

El carraspeo  de alguien a mis espaldas me sacó de mi ensoñación, haciéndome saltar en mi lugar por el espanto. Rápidamente  me di devuelta, cuidando no ser brusca en mis movimientos. Los ojos de Ian estaban puestos en mi, examinando cada tramo de mi cuerpo y rostro, haciéndome sudar de nervios en el proceso. Por miedo a caerme tome asiento en la mecedora que daba de frente a la puerta. La luz del atardecer que se filtraba por las ventanas hizo que la pequeña Antonella se removiera  en mis brazos de felicidad.

-Le encanta salir. -Murmuró el, con media sonrisa en su rostro.

-Lo se. -Respondi, sin interés alguno.

Lo vi pasar sus manos por sus largos cabellos de frustración mientras respiraba fuertemente. 

-Amber -Advirtió.

-No hablaré de esto con ellos aquí Ian, déjame en paz.

Suspiro pesadamente y luego dijo. -Ellos no entienden.

Lo mire fijamente, encontrándome con sus atormentados ojos chocolate puestos en mi, podía sentir la decepción y tristeza que su cuerpo exhudaba, y eso solo me daba más rabia de la que ya contenía. Pero verlo tan decaído, y saber que en los últimos días ha rogado por un momento a solas conmigo, el cual simplemente no le he dado, me hace levantarme y poner a la pequeña en la cuna.

Empecé Empecé caminar a pasos flojos y dudosos a la puerta, cuando escuche su voz.

-¿A donde vas?. -Grazno, esta vez con un deje de enojo en su voz. -Ya no lo soporto, Dios sabe que es así. Ya deja de ignorarme Amber.

Cuatro tontos en mis manos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora