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Lo conseguí, de verdad lo hice, obtuve ayuda en el proceso, pero ya estaba hecho, posiblemente habría consecuencias que cambiarían mi vida para siempre, pero ¿Quién piensa en eso cuando está por salvar el alma de un ser amado? Tenía dos días para despedirme de mis padres y mis amigos, una parte de mi sabía que era probable que no los volviera a ver nunca, ya que después de salir del inframundo comenzaría a vivir en el recinto, eso claro, si lograba salir del inframundo en primer lugar.

Estuve en el instituto antes de que mi padre llegara por mí, cuando vi su viejo coche aparcado en el estacionamiento contrastando con los lujosos autos de los estudiantes me resbaló una lagrima que no tardé en secar, lo iba a extrañar demasiado, abrí la puerta del copiloto y me incliné para besar su mejilla, entonces, condujo hasta mi hogar.

Hice comida para todos, nos sentamos en el comedor para comer un estofado de verduras y pollo, miré hacia la encorvada silueta de mi madre, ella no era buena cocinando, ni siquiera se acercaba, sintió mi mirada y levantó la cabeza, su mirada estaba vacía, tragué y me concentré en mi plato.

– ¿Qué tal el trabajo? –Le pregunté a mi padre.

–Sin algún incidente –aseguró–. Y esta comida está muy buena.

Mi padre trabajaba en un bar hasta madrugada, aun así, siempre estaba despierto por las mañanas, usualmente dormía por las tardes antes de ir a trabajar.

–Me alegra que te guste –y como ya no dijo algo más le hablé a Cecilia–. ¿Qué piensas tu mamá?

Le di un sorbo a mi bebida.

–Deberías cocinar más seguido.

–Claro –respondí en voz baja.

Cuando terminamos, limpié la mesa y lavé los platos, luego, para limpiar un poco mi negra conciencia, vacié la alacena y repisas y pasé cuatro horas preparando alimentos que sabía que se conservaban bien congelados, al final, guardé todo, tendría que servir de algo, por lo menos sería una señal de que mi huida fue planeada.

El día siguiente, fue una montaña rusa de emociones, era como si mi madre presintiera que algo iba a pasar ya que una sombra se ceñía en todos sus movimientos.

El reloj marcaba las dos de la mañana cuando comencé a hacer maletas, no lo hice antes debido a que pasé toda la tarde limpiando la casa y lavando ropa, y hacer maletas consistía en tomar mi mochila del instituto y guardar lo que consideraba indispensable, mi par de prendas favoritas, una foto donde aparecía en compañía de Sofía y Esmeralda, otra donde también se encontraba Matías y por supuesto, la foto que nos tomamos Eider y yo haciendo muecas en el parque floral el año pasado, parecía que había pasado toda una vida desde ese momento.

También guardé el libro que Eider me había traído desde Delidio, Viaje al centro de la tierra, luego deposité el diario de Oriol dentro y le di un vistazo a mi habitación, a simple vista, no parecía que hubiera tomado algo.

Me fui a la cama, en ese momento me sentía como la persona más llorona del mundo, pero lloré en despedida a la única vida que había conocido hasta hacía un tiempo, lloré en símbolo del dolor que les causaría a mis padres, pero esto tenía que pasar tarde o temprano, era mi destino estar en Delidio y jamás me hubiera permitido abandonar a Eider.

Decidí levantarme y salir de mi habitación para darle un último vistazo al que había sido mi hogar durante tantos años, los recuerdos inundaban mi mente al igual que la promesa de haber llegado al fin de un ciclo.

Suspiré y regresé a mi habitación, estaba muy agradecida por la vida que mis padres me habían dado, jamás sería capaz de pagarles tanto.

Me mantuve despierta todo el tiempo que pude, no quería estar dormida en mis últimos momentos en Wallville.

Atrapada entre sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora