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Tuvimos que caminar más hasta estar los suficientemente cerca como para lograr ver el mausoleo a distancia, el lugar estaba cercado por arbustos que se encontraban situados muy apretadamente uno de otro, lo suficiente como para que no hubiese huecos, hasta donde alcanzaba a ver el único lugar del cementerio que no estaba bordeado por arbustos era la entrada, donde un gran letrero se levantaba con un grabado en un idioma que no distinguía:

Η τελική μοίρα του σώματος και το ταξίδι της ψυχής.

–Es griego –me dijo Cameron, al notar hacia donde miraba–. Me refiero a lo que dice el letrero, El último destino del cuerpo y el primer viaje del alma.

–Estamos por llegar –observé y por supuesto que me ponía de nervios todo lo que pudiera pasar.

El camino de tierra por donde andábamos seguía allí hasta desaparecer en la entrada del cementerio, caminamos lo que restaba en relativo silencio, con el cantar de las aves como pista musical, a estas alturas del día, ya no hacía frio, pero de igual forma, el suéter que llevaba se adaptó al nuevo clima, su función era asombrosa. Poco después estábamos cruzando la entrada al cementerio.

Miles de flores silvestres se arremolinaban alrededor de las lapidas de granito, los nombres de los fallecidos estaban grabados en insignias de colores claros, a pesar de la naturaleza del lugar, este se miraba alegre y las flores desprendían un delicado aroma. Así es, estaba disfrutando de la vista del cementerio, que morbo.
En sí, no sabía exactamente qué era lo que teníamos que hacer, además de buscar a nuestros dobles, pero Corvel habló y despejó mis dudas.

– ¿Ven el árbol de allá? –Señaló hacia un punto a unos cincuenta metros de nosotros–. Allí residen los doppelganger.

No tenía la más mínima idea sobre cómo podrían estar en el árbol, pero aun así avancé hasta el enorme sauce llorón que él nos había señalado, el tronco del árbol era grueso, sugería que había estado aquí cientos de años, las ramas caídas de este creaban una sombra de varios metros de diámetro, cuando estuvimos bajó la sombra miré hacia arriba, absorbiendo todo lo que este contenía, algunas ramas eran tan bajas que casi podían tocarme el rostro.

–Aquí –dijo Corvel, miré como se acercaba hasta al tronco, este tenía un hueco, desde donde iniciaba el suelo, hasta aproximadamente ochenta centímetros de altura–. Bajaremos por ese hueco, espero que no les inquiete la oscuridad, bajaré primero.

Sabía que Cameron había recibido la misma información que Corvel, pero no quería hacerla de guía para poder mantenerse conmigo en el trayecto, seguí con la vista a Corvel mientras desaparecía tras el hueco oscuro.

–Las damas primero –dijo el chico nuez y me indicó que pasará con la mano.

Me adelanté, y me acerqué al pequeño hueco, tuve que agacharme para entrar en él, aún dentro tuve que mantenerme gacha porque la altura del lugar no se había ampliado, no podía ver nada.

Era raro pensarlo, pero sí, estaba dentro del tronco de un árbol.

Todo era oscuridad, así que no podía distinguir.

– ¿Corvel? –Llamé.

–Aquí estoy, a cinco pequeños pasos más allá de la entrada hay una escalera completamente vertical, sostente del barandal y baja, ten cuidado de no caer.

Su voz sonaba con eco, me concentré en su dirección y avance cinco muy pequeños pasos hacia adelante, con cuidado de no caer, aun no encontraba la escalera por lo que di otro pequeño paso, después volví a mover mi pie derecho hacia adelante y no había suelo, allí estaba la escalera, me agaché y me incliné hacia el precipicio, buscando con el borde la escalera, cuando la encontré tuve cuidado de poner mis pies en ella y agarrarme de los peldaños que iba pasando.

Atrapada entre sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora