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La refrigeración del cuarto estaba encendida, luz tenue y monitores que emitían chasquidos y zumbidos adornaban el lugar.

Era una habitación con un único ocupante, ahora éramos dos, justo en el medio descansaba una amplia cama, mi corazón dolió cuando entendí que aquel bulto era él.

Me acerqué y aunque estábamos solos y la puerta ya estaba cerrada detrás de mi, me daba miedo hacer cualquier sonido, el lugar se sentía como un santuario imperturbable.

La sabana blanca que yacía sobre el pecho de Cameron subía y bajaba lentamente debido a su respiración, sus ojos estaban cerrados y una mueca de dolor se perfilaba en su bello rostro, me acerqué aún más y un nudo comenzó a obstruir mi garganta, el chico fuerte e invencible se miraba vulnerable ahora. Lo primero que se me ocurrió fue ¿Cómo pudo pedir que nadie se acercara a él? Este hombre no se miraba siquiera capaz de mover un dedo.

Me senté en el sillón que descansaba al lado de su cama, su cuerpo irradiaba calor a pesar del clima frio en la habitación.

Estaba lleno de vello facial, descuidado, maltratado.

Lo observé de cerca, y me tomé el atrevimiento de aspirar profundo, esperando captar el aroma que siempre me embriagaba al estar con él, pero olía a enfermedad y medicamentos, su cara estaba perlada de sudor, estaba más delgado y pálido que nunca, la piel de sus mejillas se pegaba a los huesos de su cara y sus ojos estaban hundidos en sus cuencas con manchas oscuras debajo de estos, aun así, era el hombre más hermoso que había visto en mi vida.

–Cameron –extendí mi mano y toqué su mejilla lo más suave que me fue posible, no quería lastimarlo, se sentía tan delicado ante mi tacto–. Vas a salir bien de esta, Cameron, no permitiré que termine de otra manera.

Apenas y ejercí presión pero su piel era tan frágil que temí romperla, la suavidad de mi toque no me impidió sentir el contorno de sus huesos.

Tuve que detenerme porque estaba a punto de llorar, no quería que las lágrimas salieran mientras él estaba aquí, por si acaso podía sentirme, quería ser fuerte para él. Tomé aire y me obligué a recomponerme pero me dolía demasiado.

No es un sentimiento sano el tener lástima de alguien. Sentía mucha lástima por Cameron.

–No sé si puedes oírme, pero si es así, quiero que sepas que vamos a luchar para salvarte –sonreí con tristeza–. Sé que me dijiste que me mantuviera alejada de ti, pero me conoces lo suficiente como para saber que no lograrías persuadirme de nada.

Su mano descansaba sobre la sabana así que la tomé y apreté un poco sus dedos, pero su mano no reaccionó a mi estimulo lo cual fue otro golpecito emocional a mi ya muy perturbada mente, deseaba levantarlo y apretarlo en mis brazos hasta obtener alguna reacción de su parte.

–Gracias por aparecer en mi vida –no pude evitar que mi voz sonara rota, porque sonaba parecido a una despedida–. Sé que soy un dolor de cabeza, pero tú me hiciste tener confianza en mí misma, me hiciste tan feliz como nadie lo había hecho antes, me hacías sentir libre y te voy a pedir una última cosa; aguanta, por favor aguanta hasta que regresemos con la cura.

Me limpié una lágrima solitaria con mi mano libre y acaricié suavemente su mano con la otra.

Tenía una confesión que hacer.

–Te diré algo que nunca le he dicho a alguien antes, lamento que sea de esta forma, pero tengo miedo, Cameron, me da miedo que el tiempo se acabe y nunca te lo pueda decir apropiadamente.

Me detuve ¿De qué estaba hablando? No iba a permitir que su tiempo terminara, bajo ninguna circunstancia, pero había una terrible sensación de pérdida que oprimía mi pecho.

Atrapada entre sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora