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¿Qué haces cuando te sientes perdido?

     Me dolía la garganta y sentí una presión sobre mis brazos y piernas que me impedían levantarme, algo me tenía sujeta.

Reconocí que me encontraba sobre  una cama o un colchón. 

Parpadeé, pero todo estaba sumido en oscuridad, a excepción de pequeñas y titilantes luces verdes en la lejanía ¿Esto era todo? ¿El humo me había alcanzado?

¿Estaba ahora atrapada en un sueño?

Levanté mi cabeza y cuando lo hice el agarre invisible en mis brazos y piernas se soltó. Terminé de sentarme, esperaba realmente no estar sumida en un sueño eterno, pero no tenía ni idea de mi ubicación. 

Miré hacia abajo pero el mapa había desaparecido.

–Estás despierta.

Me volví hacia mi espalda, hacia lugar desde el cual provenía la voz, me puse tensa, era una mujer envuelta en brillantes luces de colores, mis ojos dolieron por todo aquel brillo y bajé la vista.

– ¿Quién es? –fui directo al grano, me había cansado de todas las confabulaciones del inframundo.

Todo era un sueño.

–Entiendo que tengas la mente embotada –se acercó lentamente y se sentó sobre la cama en la que yo me encontraba, yo me levanté de ella, si esto la ofendió, no lo demostró–. Estuviste muy cerca del humo constrictor de Morfeo, pero yo te rescaté.

Recordaba el humo y después de la mención de este comencé a toser, tal vez por sugestión, aquella mujer seguía en la cama, yo no la miraba, era demasiado brillante.

– ¿Dónde están mis compañeros?

–A salvo, al igual que tú.

¿A salvo? Ya no creía en esa palabra, o esto era una trampa o ella quería algo, eso claro, solo en caso de que esto no fuera un sueño, en primer lugar.

– ¿Qué es lo que quiere que haga?

–Absolutamente nada –dijo, su voz dulce–. Te salvé, eso es todo.

Recordaba a una mujer deteniendo el humo, probablemente si me había salvado, pero sería muy ingenua si confiaba en algún desconocido de nuevo. Me di cuenta de que no me había revelado su identidad la primera vez que le pregunté.

– ¿Quién es usted?

–Disculpa mi resplandor –me dijo–. Puedes verme ahora.

Me giré y aquel brillo había desaparecido, entonces presté atención a su imagen, era una mujer de entre treinta y cuarenta años, sus ojos eran azul profundo su rizado cabello marrón estaba adornado con lo que parecía ser un prendedor en forma de caracol, llevaba un vestido largo de diferentes tonos de color verde, una hilera de flores multicolor con se extendía desde su tirante derecho, bajaba recto hasta su cintura donde comenzaba a ir en círculo para rodear esta, llevaba botines del color de su cabello.

Tenía una esencia materna. Tragué.

–Eso no responde mi pregunta sobre quién es usted.

–Lo sé, lo siento, aquí va tu respuesta, soy una deidad, una diosa original que no fue creada por otros dioses porque yo soy creadora de dioses –comenzó a trazar patrones con su dedo sobre la cama–. Nunca nací, ni crecí, surgí de esta edad para escuchar las peticiones de los humanos, aunque mi nombre fue olvidado a través de los años, yo si lo recuerdo, soy Gea, mejor conocida como la madre tierra.

Atrapada entre sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora