35

614 113 29
                                    


     Así como Ángela dijo, regresó por mí a las cinco de la tarde y juntas regresamos al salón en el que habíamos estado el día anterior, una parte de mi estaba ansiosa por ver cómo quedaría y secretamente esperaba por la reacción de Cameron cuando estuviera lista.

–Por aquí –tomada de su mano me sentó en un sillón movible que yacía frente un espejo.

Al estar en el sillón mis pies no tocaban el suelo, odiaba mi estatura.

–Con esto, Margot, te daré una idea de lo que haré contigo –sacó un instrumento alargado–. Esto es un ferro y con el rizaré tu cabello.

–Siempre he querido ver mi cabello rizado –le sonreí a mi reflejo.

– ¿Quieres decir que nunca lo has rizado? Eso es casi un pecado, pero tendrás que esperar un poco más para verte así, porque giraré tu sillón.

Y así lo hizo, al girar mi sillón dejé de verme, ahora estaba de espaldas a ella, el espejo había quedado a mi lado.

–no arruinarás tu peinado cuando te vistas porque será con mucho cuidado.

Jugueteó un poco con mi cabello antes de volver a hablar, sentía como lo movía entre sus dedos.

–Tu cabello está un poco largo –no podía verla mientras hablaba–. ¿Estás abierta a un corte?

Mis ojos se abrieron, mucho, amaba el largo de mi cabello, pero si en algún momento pensaba cortarlo, este momento parecía tan bueno como cualquier otro.

–Hazlo –dudé–. Sólo no lo cortes demasiado.

–Confía en mí –sentí sus dedos pasar por las hebras de mi cabello–. Tienes un cabello hermoso y no lo cortaré mucho, te haré un corte recto que sé que se verá bien, ahora relájate.

–Gracias.

Se alejó y puso música ligera que salía desde un lugar que no logré identificar, me instó a levantarme un poco para colocarme un albornoz, volví a sentarme y después escuché el corte de unas tijeras, miré caer unas hebras en el albornoz, cerré los ojos y decidí que era momento de relajarme.

La música se derramaba en mis oídos, acompañada por el acompasado sonido del corte de pelo y yo confiaba en las manos que estaban trabajando en mi imagen.

Después del corte, siguió el peinado e inmediatamente después continuó con el maquillaje, creo que me relajé tanto que me dormí durante unos minutos, al terminar e instándome a aún no verme en el espejo, Ángela me pasó mi vestido, puso una mano en mi espalda y me acercó al probador, no sin antes recordarme que me vistiera con cuidado.

Me encerré en el pequeño cuarto sentí la suave tela que yacía en mis manos, era tan delicada como los pétalos de una rosa y resbalaba de mis manos con una facilidad única, el vestido era largo, dorado claro y brillante, un zurcido empequeñecía mi cintura, no tenía mangas y era de escote recto con un intrincado diseño de encaje en el borde, no dejaba ver demasiado, pero ajustaba perfecto, me encantaba sentir una tela tan suave y fresca contra mi piel.

–Mirarás una canasta negra, allí deja la ropa que te estarás quitando –dijo Ángela desde algún lugar fuera del probador–. Junto a la canasta hay unos tacones rojos, son tuyos.

–De acuerdo –respondí.

Como ya me había quitado la ropa la dejé dentro de la canasta y tomé el calzado, probablemente eran los tacones más altos que alguna vez había usado, me senté sobre un taburete para colocármelos. Calzaban perfecto.

Atrapada entre sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora