La cutícula de las uñas ardían, el sabor metálico me recordaba que tenía el corazón acelerado. Pase el gusto con un trago de agua y detuve mi mano antes de seguir mordisqueando la uña.
Eran las 5 de la tarde y el sol era un pálido borde de luz que se ocultaba detrás de los edificios. Después de un mes sin problemas pensé ingenuamente que así se mantendría durante todo el semestre.
No debía tenerle tanta fe a un hombre que confundía el cajón para guardar las cucharas y los tenedores.
Deje el vaso en el suelo, la espalda me dio una punzada de dolor cuando me incline. La anciana del 315 acariciaba a su perro hundida en el sofá mientras miraba la televisión.
Lo bueno que tenía Ricardo es que su amistad me valía para que me dejará en paz con mis hábitos.
La punzada de dolor se suavizó, hasta casi desaparecer cuando me moví para apuntar el telescopio hacia el apartamento 308. La mujer estaba tranquila, arreglaba su cabello oscuro. A diferencia del resto del mundo ella se preparaba para salir, y estaba muy tranquila con eso, siempre estaba tranquila a pesar de que salía todas las noches.
Normalmente su confianza lograba llegarme y me hacía pensar, al menos por el segundo que le tomaba desaparecer detrás de su puerta, que salir de noche era seguro.
La mujer 308 tomó su mochila y las llaves sobre su mesa de té. El dolor fue reconfortante y rápido, el telescopio se tambaleó por el golpe contra mi hombro. Lo estabilice mientras escuchaba el primer cerrojo de la puerta abrirse.
Para cuando llegué a la sala Ricardo estaba al resguardo de mi hogar y comenzaba a cerrar las puertas con una cerveza a medio tomar en la mano.
—¿Has visto la hora? —pregunte.
Ricardo me miró con una sonrisa y mechones de cabello oscuro apuntando en distintas direcciones.
—Llegué a tiempo, aún hay un poco de sol —excusó Ricardo.
Ricardo dejó su mochila en el suelo al lado del sofá. La tela se derrumbó bajo la ausencia de libros. Era una mancha oscura que dejaba tierra entre las patas del sofá.
El frío de la noche comenzaba a condensarse en las ventanas y ya el sol era una luz blanquecina y pálida, oculta entre los edificios.
—No puedes simplemente aparecer casi de noche y pretender que está bien —dije.
—Está bien —vociferó Ricardo, la sonrisa no terminaba de irse de su rostro. No entendía porqué seguía sonriendo —. No me pasó nada malo, tranquila.
Escuche sus palabras, lo veía ahí de pie tan tranquilo como la mujer del 308 y eso solo hizo que el dolor de las cutículas fuese más punzante.
—Haré la cena —vociferó Ricardo como si una cena fuese suficiente para recuperar las uñas destruidas por su tardanza.
—Y barre el piso —agregó. Obtuve como respuesta el entrecejo arrugado y la desaparición de la ebriedad en sus ojos negros.
Ricardo dio un suspiro que me resultó demasiado melodramático, como si hubiese aguantado el aliento desde que entró al apartamento y me ofreció un trago de su cerveza.
—No —dije—. No vuelvas a llegar después de las 4 de la tarde.
—Sí, mamá —bufo él.
La sonrisa de Ricardo volvió con timidez. Se inclinó hacia la derecha igual que su sonrisa. La idea de dejarlo hacer la cena me resultó lamentable, cuando abrió el cajón de las ollas y lo dejó abierto.
—¿Vas a seguir siendo una voyerista en progreso?
Escuché su pregunta, pero no respondí. Miraba mi reflejo en la cerámica del suelo mientras volvía al pasillo.
Estar frente al telescopio fue lo único que hizo que el dolor de las uñas fuese más placentero. El apartamento 308 estaba oscuro, no había nada allí para ver..
La mujer no estaría otra vez en su hogar hasta las primeras horas de la mañana. Aún así me quedé un poco más allí. Ella siempre dejaba la lámpara de su sala encendida, la luz daba la sensación de que ella podría salir en cualquier momento de su habitación.
El sonido estridente de ollas cayendo hizo que llevará el lente al apartamento 307, si quería estridencia el 307 era la ventana indicada y esa vez no me decepcionó.
Los hombros de la esposa se movían, el llanto desmedido era contenido por su esposo en la cocina, él tenía el rostro aburrido y cansado. Yo también tendría esa expresión si llantos lastimeros y abrazos flácidos fuesen parte de mi cotidianidad.
Yo podía desconectarme de La Llorona de su esposa cuando quería, pero él no.
La vi llorar, el movimiento de sus hombros trajo el recuerdo del llanto. Ella lloraba, y lloraba como él lloraba en mis recuerdos. El gemido grueso, los alaridos entrecortados: aquella vez una lágrima bajó por mi mejilla, pero ahora solo podía ver a La Llorona llorar y lamentarme por quien tenía que aguantarla.
El llanto profundo fue cortado por el sonido de la televisión. Me incliné hacía atrás, no era capaz de hacer lo que más me gusta mientras escuchaba la voz de la reportera.
Ella era tan concisa como siempre, iba directo a presionar el miedo.
Para cuando terminó de hablar conté 12 personas desaparecidas. Le gustaba decir que estaban desaparecidas en lugar de muertas.
El nombre de Ricardo pudo haber estado en la voz de la pantalla.
Todas aquellas personas fueron tragadas por la noche.
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¿Cómo has estado? Mucho tiempo sin algo nuevo. Pero ya estoy de regreso. Esperen nuevos capítulos los fines de semana. Sobre todo después de los capítulos de House of the Dragon porque es mi momento happy
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308
FantasyDentro de mi apartamento estoy protegida de todos los peligros, pero no de ella.