Capítulo 28

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Pesé a lo fría que me había parecido la noche en la seguridad de la casa de Scarlet estaba sudando. Escuchaba la fricción de la ropa, los zapatos golpeando cada paso, los jadeos del perro trotando a nuestro lado.

Estaba sin correa, pero iba siguiéndonos con tanta diligencia que internamente agradecí su entrenamiento.

Como nos había aconsejado Scarlet. Yo iba al frente, cambiando de dirección cada vez que Diana me lo decía.

Las paredes de concreto, los postes metálicos de luz fría, el asfalto negro; todo tan nuevo, tan extraño. Estaba respirando con dificultad, creía que Diana podía escucharme, no estaba segura de cómo sentirme porque ella no hacía ningún comentario. La noche tenía un silencio estridente que solo era cortado por los pocos momentos que Diana decidía darme indicaciones de la dirección a tomar.

En esos momentos sentía que volvía a reiniciarme para avanzar.

Me dolía la mano gracias a la fuerza con la que tomaba la vara, me había doblado el pie en uno que otro cambio de acera.

Con todo eso trataba de concentrarme, de alcanzar a mirar más allá de las sombras duras de puntas afiladas que las paredes de las casas y edificios cernían sobre nosotros.

Estaba segura que mis padres estarían revolcándose en la tumba de solo verme ahora, incluso la yo de hace dos días atrás no hubiese logrado ni siquiera dar un paso hacia la noche.

«Dos días»

Me sentía sorprendida de lo mucho que mi vida había cambiado en tan corto tiempo.

48 horas fueron suficientes para dividir mi vida en dos. No debería parecerme una salvajada, mis padres habían muerto en 2 horas y eso también había sido un antes y un después, pero aún así esto me parecía mucho más drástico.

Mi padre había sido muy enfático en relacionarme con la realidad de la muerte y lo que implicaba aquello, ya sabía que iba a morir joven, tener continuo contacto con la corantia, siempre creí que iba morir por eso, y luego estaban los riesgos que tomaba al salir del apartamento para tratar de camuflarse en un modo de vida cotidiano.

De alguna forma sabía que iba a tener que hacer parte de mi vida sola y enterrarlos en algún momento, solo que ese momento fue más pronto de lo que había pensado.

Pero jamás me había dispuesto a salir del apartamento. Había logrado hacer una vida en completo encierro, el toque de queda nocturno y la popularidad de las noticias de desapariciones habían logrado que personas que no tenían nada que ver con todo el tema de mirar fantasmas también se recluyeran y trabajaran desde casa, solo tenía que fingir un poco y usar lentes cuando llegaba alguien de algún censo.

Imaginaba que llegado el momento la corantia se ocuparía de mí y que sólo saldría del apartamento una vez los vecinos comenzaran a quejarse del mal olor. Jamás imaginé sentir el cielo oscuro ululando sobre mi cabeza.

No había podido alcanzar a contar las cuadras que habíamos pasado cuando la calle desembocó en una avenida principal que rodeaba un supermercado, esperaba que mágicamente apareciera un auto en el estacionamiento y termináramos por fin la carrera pero Diana solo me dijo que fuese a la izquierda.

Aquí nos seguía una hilera de cámaras de seguridad del supermercado, pero dudaba que estuviesen funcionando de noche.

—¿Creen que nos topemos con algún policía? —preguntó Ricardo, tuvo que levantar mucho la voz para que yo pudiese escucharlo.

El sonido de su voz rompió el silencio con cierto confort, pero me duró poco con la respuesta de Diana.

—Los policías no salen de noche, la mayoría de las personas que incumplen el toque de queda desaparecen, no se molestan en patrullar —respondió ella.

308Donde viven las historias. Descúbrelo ahora