Capítulo 10

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Antes no sabía si Ricardo era una piedra en el zapato o un amigo muy preocupado, ahora estaba completamente segura que era una piedra en el zapato.

—Ahora sí quiero que te vayas del apartamento —vocifere.

Él era el que tenía el cuchillo en mano, bajaba el filo sin mirarlo para cortar las cebollas sin llorar. Ahora mi molestia era diferente, él sabía las razones.

La cocina estaba caliente, cuando me incliné sobre la isla para verlo de frente sentí el vapor de la pasta golpeándome la cara. No alcanzaba a entender cómo alguien podía gustarle aquello ni como Ricardo lo hacía con una sonrisa.

Lo único que extrañare cuando se vaya es que ya no voy a tener un chef.

—Pues ahora yo no me quiero ir —contradijo Ricardo.

Los labios de Ricardo se estaban moviendo al ritmo de la música que salía de sus audífonos.

Había ido a la cocina solo por un vaso de agua, pensaba que él estaba haciendo la cena con la cantidad de comida acostumbrada para dos, no esperaba que me lanzará qué íbamos a tener invitada.

Mi padre jamás me dejó invitar amigos. Sus reglas eran estrictas y las mías igual.

—He sido clara en decir que no quiero hablar con nadie en persona, no me interesa Ricardo —dije.

Una cosa era acceder a hablar con ella para jugar y otra muy distinta era abrirle la puerta. Aún seguía creyendo que era la clase de personas que era mejor mantener lejos.

Ricardo dejó el cuchillo de lado y bajó el fuego. El sudor quedaba atrapado en los pliegues que debaja su expresión de fastidio en la frente.

—Me gustaría que también fueras más clara en decirme por qué conviertes el apartamento en un salero —dijo Ricardo.

Deseché el impulso de echarme para atrás y hacerme la desentendida, no era como si pudiese culpar a alguien más.

Toda la sal que tiraba día tras día, él se encargaba de limpiarla. Incluso parecía una lucha de poder hasta que alguno de los dos se cansara.

—Eso no es excusa —dije—. Es mi techo.

No importaba las circunstancias, usaría el mismo argumento para hacer todo lo que yo quería y evitar que Ricardo haga todo lo que él quiere.

—Te pago alquiler y es mi Nintendo —dijo Ricardo.

No había mencionado el asunto del Nintendo. Él me lo había quitado el nintendo ayer.

Estaba arrepentida de haberle hecho caso, solo hablaba con ella en el juego, debí recordar que a Ricardo le daba la mano y te sujetaba el brazo entero.

—Ricardo, ella no puede venir aquí —baje el tono de voz. Cuadré los hombros y traté de verme intimidante y menos molesta.

Ricardo mantenía la sonrisa pícara y ahora miraba hacia el filo porque cortaba tomates. Pero no había nada en él que mostrara ni un poco de arrepentimiento, incluso lucía cada vez más animado por la cena.

—Te lo estoy rogando —imploré.

Este apartamento era mi hogar, el lugar más seguro en el que podía estar, y el idiota de Ricardo era lo suficientemente irresponsable para romper la seguridad que a mi familia le había tomado tanto tiempo construir.

—Cómo yo te rogué para que me hablaras —vociferó Ricardo sin levantar el rostro.

Debes en cuando Ricardo lanzaba sus comentarios pasivo-agresivos, era su forma de avisar que estaba molesto sin dejar de parecer accesible.

—¡Ricardo! —Esta vez no pude evitar soltar un chillido. Ricardo había logrado que sintiese mi hogar como una cárcel y por un momento pasó por mi cabeza la imagen de meterle el cuchillo por el culo.

—No es tan diferente a hablar por chat, míranos 2 años hablando por chat y no ha cambiado nada —dijo Ricardo.

Él levantó la mirada. Y sentí algo cercano a la acusación. Pero solo fue por un momento, era como si Ricardo se hubiese arrepentido de juzgarme.

—Es qué, sé de ti lo mismo que sabía antes —comenzó él. Volvió a bajar la mirada y deslizó los tomates y las cebollas recién cortadas en una cacerola junto a hojas de orégano.

Mire los ingredientes desconcertada mientras me llegaba el olor a queso gratinado, no esperaba encontrar hojas de orégano en mi cocina, jamás lo había puesto en la lista de compras.

—Pensé que no sé, te conocería más —continuó Ricardo—. Sigo sin saber nada de tu pasado y ahora resulta que echas sal en las esquinas, duermes con una tubo dorado y estoy seguro que la mancha en el suelo del sofá es sangre vieja.

Cada cosa que decía era peor que la anterior y no sabía qué responderle, no estaba segura que el argumento de "es mi casa" me funcionara para todo eso.

—La sangre es mía —dije en un intento de comenzar por lo más fácil de explicar.

—¡Gracias! Es reconfortante saber que no has matado a alguien aquí —bufó Ricardo.

No quise seguir dando explicaciones, tuve algo de suerte de que no me preguntara cómo había pasado. Así que decidí optar por la confrontación.

—¿Entraste a mi habitación? —pregunté realmente indignada, de todos los lugares de la casa pensé que Ricardo iba a respetar ese.

—Te la pasas entrando a la mía —recrimina él.

—Mi casa Ricardo —repetí.

Ricardo tomó tres platos y los apretó contra su pecho como si necesitara protegerlos de mi.

—Mi cena, y en esta habrá tres platos —dijo él caminando hasta la mesa de comedor.

No era grande por lo que Ricardo no tenía mucho espacio para inventar una decoración. La imagen de todos compartiendo la misma mesa me inquietó, no quería a nadie más bajo mi techo, toda persona nueva que cruzara la puerta era un posible problema.

—No voy a salir de mi cuarto —dije. Ese era mi último intento para que Ricardo cancelara la cena.

Pero luego de ver las flores rojas en el centro de la mesa y su sonrisa de suficiencia supe que eso no iba a pasar ni aunque amenazara con lanzarme por la ventana.

—Haz lo que quieras —dijo Ricardo—, pero si no sales a socializar no dejaré de limpiar la sal de la casa. O puedes decirme por qué lo haces y cancelo la cena.

El muy ridículo había hecho un buen chantaje. Ambas cosas eran importantes, cancelar la cena y hacer que Ricardo dejara de limpiar la sal eran dos cosas que quería.

Pero no estaba dispuesta a contarle las razones.

No debería ser tan malo, estaría aquí, aquí donde yo tenía el control.

—Pon los tres platos —elegí —. Y que sea la última vez Ricardo, lo digo en serio, es mi casa, no te sobrepases.

308Donde viven las historias. Descúbrelo ahora