—Me niego a revisar otra vez la mierda de un perro que no es mío —vociferó Ricardo.
—No seas discriminador —dije.
El té en mi mano humeaba y el calor me hacía sentir más agusto de ver al perro recostado en mi sofá.
—¿Por qué le estás haciendo un favor a Diana? —pregunto él— ¿Me perdí de algo?
—No seas ridículo. Tú le preparaste un almuerzo —respondí.
—Eso fue antes de que me asustara —excuso Ricardo— ¿Qué sucede?
Bebí un trago, no quería responder las preguntas de Ricardo.
—Si quieres que siga revisando mierda en busca de un anillo, que espero no sea de plástico, me vas a responder —exigió Ricardo.
Se había cambiado de ropa y cortado las uñas en un intento de mantenerse limpio. Y limpia quería seguir teniendo la consciencia.
—No hay nada que decir —dije.
Ricardo sacudió las manos como si quisiera espantarme o golpearme, no estaba del todo segura, pero el sonido de la puerta evitó que siguiera viéndose como un niño haciendo una pataleta.
Él fue quien abrió la puerta, no hice ningún esfuerzo por moverme de la sala. Pero me deslice por el sofá incluso antes de escuchar voces que no conocía.
—Estamos buscando a Merakila Green.
Había pasado tanto tiempo que no escuchaba la asquerosidad de mi nombre, que estaba segura que era la primera vez que Ricardo lo escuchaba.
Me estaba preparando para hacerme la desaparecida detrás del sofá mientras Ricardo me llamaba para que atendiera la visita, pero me sorprendió escuchar que mentía por mi.
—No vive aquí. Tengo 6 meses alquilando el apartamento —se escuchaba incluso enfadado por ello.
—¿Cuándo viene? —preguntó alguien.
—Nunca —volvió a mentir Ricardo.
—¿Cómo le paga?
—Transferencias ¿Hay algún problema?
No escuché la respuesta y tampoco me moví cuando Ricardo cerró la puerta y caminó directamente hacia mí.
Ambos nos miramos. Y él encendió la televisión, puso un vídeo porno que preferí ver en lugar de la acusación en el rostro de mi mejor amigo.
Subió lo más que pudo el volumen y estaba segura que los próximos en tocar la puerta serían vecinos quejándose.
Él parecía querer hablar, pero al igual que yo, esperó. Sus ojos oscuros iban de mi a la puerta y regresaban con la misma urgencia con la que los actores en pantalla se sacaban la ropa.
—¿Por qué mentiste? —pregunté en murmullos cuando creía que ya había pasado suficiente tiempo como para que el pasillo del edificio esté despejado.
—Porque eran los hombres que revisaron el apartamento de Diana —La respuesta de Ricardo me sorprendió, aunque no lo suficiente. Diana sabía de los peligros de la noche, que la visiten a ella era fácil de entender pero ¿a mi?
«Esa hija de su madre me está metiendo en sus problemas»
—¿Qué está pasando? —preguntó Ricardo.
—Nada.
El perro se sacudió en el sofá y me hizo tapar la taza para evitar que sus pelos entrarán.
—¿Cómo es que unos extraños saben tu nombre completo y yo no? —preguntó Ricardo.
—Espero que seas así de preguntón en clases —dije, pero Ricardo no respondió porque otros nudillos tocaron la puerta.
Volví a ocultarme en el sofá y Ricardo no fue directamente a abrir la puerta, primero tomó un cuchillo de la cocina. Lo mire un tanto escéptica, Ricardo era bastante alto, de ser más fornido seguramente impondría una presencia mucho más amenazadora, del tipo que haría cualquiera cruzar la calle, pero con brazos tan delgados haría falta más que un cuchillo de cocina para espantar.
Él abrió y cerró la puerta, no escuche voces, solo los gemidos del televisor.
—¿Quién era? —pregunte mientras los pasos de Ricardo se acercaban al sofá.
No estaba arrastrando los pies como siempre hacía y el perro ladró en su dirección.
—Nadie —respondió Ricardo, se escuchaba más enojado e indignado que antes.
—¿Cómo que nadie? —me levanté en su dirección, él sostenía el cuchillo con fuerza.
El perro volvió a ladrar, paseaba por la sala olisqueando los bordes de los muebles, parecía ansioso pero no preocupado.
—Coño que no había nadie. Más bien responde tú mis preguntas —dijo Ricardo.
Me tomó un momento verlo, siempre me tomaba tiempo ver, a mi padre jamás le había gustado ese detalle de mi visión, él siempre me decía que era su culpa por haberse enamorado.
Pero lo vi, un manto negro, pesado como el petroleo líquido bajada de los hombros de Ricardo y trataba de meterse en sus zapatos.
Algo sí había tocado la puerta, pero los ojos de Ricardo no eran capaces de verlo.
—Ricardo... —murmure.
Eso no lucía fuerte, le costaba moverse, encontrar la piel en él. La cal en las paredes estaba ayudando pero sabía que no era suficiente.
—¿Qué está pasando entre tú y Diana? ¿Ya te la cogiste? Yo debería ser más importante que ella, soy tu único amigo —vociferó Ricardo, su voz se escuchaba más fuerte que la televisión.
—Ya deja de decir estupideces y baja el cuchillo —dije, trate de alcanzar su tono pero el esfuerzo hizo que se escuchará más chillona que de costumbre.
—¿En qué estás pensando? —preguntó Ricardo ofendido, dejó el cuchillo en la mesa del comedor y caminó hacia la ventana, el otro extremo de la sala.
—No te voy a hacer daño —aseguró él.
Lo creía, pero tampoco era tonta y mientra la visión de eso se difuminaba ante mis ojos fui a la cocina. El tarro de sal estaba pesado cuando lo tomé. Ricardo debió rellenarlo hace días y el espanto que cruzó su rostro, cuando lo rodee en un círculo de sal torcido, fue monumental.
—¿Qué es esto? Yo no lo voy a limpiar, Kila —dijo Ricardo— ¿Acaso te metiste en esoterismo y no avisaste?
Era refrescante ver su enojo disminuir, pero sabía que su inquietud no iba a disminuir aunque lo encerrara en una jaula de sal y eso me preocupaba más.
«Ojala no fueses tan chismoso»
—Ahora sal del círculo, no lo pises —pedí.
Ricardo salió dando una zancada larga y se detuvo a mi lado. No veía nada sobre él pero tampoco dentro del círculo y no me preocupe, sabía que eso estaba allí, encerrado y lejos de mi amigo.
—Me vas a contar o me sigo haciendo el estúpido —dijo Ricardo.
El perro volvió a ladrar y rodeó el círculo de sal con las orejas echadas hacia atrás.
—Hasta el perro sabe cosas —dijo Ricardo rescatando una pizca de indignación.
—Los perros siempre saben cosas.
Mi comentario hizo que Ricardo cruzará los brazos y me lanzará un ceño fruncido.
—Me sirve más que te sigas haciendo el estúpido —dije.
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308
FantasyDentro de mi apartamento estoy protegida de todos los peligros, pero no de ella.