Capítulo 35

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Sentí una especie de shock, no como el miedo paralizante que me daba, esto se sentía más como la incredulidad, no podía creer que de todo lo que me podía pasar un secuestro no estaba en la lista.

No estaba muy segura de a donde nos habían llevado, era demasiado apartado, natural y oscuro como para estar cerca del centro.

Nos habían amarrado a un árbol y la única iluminación que había era un grupo de cinco linternas que habían puesto alrededor de nosotros.

Diana de vez en cuando abría los ojos, balbuceaba y luego volvía a desmayarse. Sabía que la habían drogado, pero no estaba segura de cuando pasó, hasta que vi al hombre que se había chocado con nosotras lavándose tanto las manos que la piel se notaba enrojecida incluso con la poca luz.

Ricardo solo miraba todo lo que podía con el pánico saliéndose por los poros.

Ellos no habían dicho mucho, solo habían tomado la identificación de Diana y se habían asegurado que fuera realmente ella.

No sabía qué esperaban, si una llamada o que Diana reaccionara.

La noche me preocupaba tanto como ellos. De vez en cuando podía asegurar ver la sombra entre los árboles moverse. Sin la vara, con las manos y pies atados era igual que si estuviera paralizada.

Al menos la luz de Diana no estaba drogada como ella, seguía allí, sobre su cabeza, como esperando que algo sucediera igual que yo.

Aunque de haberlo pensado, hubiese sido mejor no haber esperado tanto para actuar.

Estaba sintiendo los hombros entumecidos y el frío de la noche dormía un poco los dedos de mis manos cuando llegó un mensaje.

El hombre que nos había interceptado al salir tenía una barba espesa que levantaba todavía más sombras sobre su rostro. Él se acercó a Diana, dio unos golpecitos en las mejillas que no la hicieron abrir los ojos, pero sí enderezar la cabeza.

—Diana ¿Dónde está el anillo? —le preguntó él.

Diana movió los labios, ni siquiera logró emitir sonido y él volvió a golpearla, esta vez no fue tan gentil, se notaba que había hecho más fuerza aunque no lo suficiente como para hacer daño. Sólo parecía más impaciente.

—Diana ¿Dónde está el anillo? —volvió a preguntar.

—En la mano de Ricardo —respondió Diana.

No fue una respuesta exactamente clara, sus palabras salieron como si estuviera ahogándose con su propia lengua, incluso la baba comenzó a escurrirse por los lados de los labios.

Yo la había entendido mejor porque sabía la respuesta, pero ellos se miraron algo confundidos, incluso nos revisaron a Ricardo a mi, sin estar seguros.

Revisaron nuestros bolsillos primero y luego nuestras manos, no tardaron en quitarle los guantes a Ricardo y el anillo en su dedo relucio sobre la luz de las linternas.

Aunque me sentía sobrecogida por todo, no sentí realmente la amenaza hasta que ninguno de ellos hizo el intento de quitarle el anillo.

Sentí fría mi propia respiración, yo había entendido todo mucho antes de que desamarraron a Ricardo del árbol.

Tres se fueron con él. Ricardo pataleo, grito, lloro, imploro. Fue terrible mirar a la persona más alegre en mi vida, a la única que me había dicho que era extraordinaria ser arrastrado hacia su peor temor. Él no sabía lo que pasaría, él solo estaba asustado por separarse de nosotras.

Trate de pensar en algo, en lo que sea que pudiera salvarlo, no estaba de acuerdo con él de aferrarse a su dedo, pero esa había sido su decisión, saber que se lo quitarían para tener el anillo me desesperó tanto que la idea me llegó como llegan todas las ideas locas, sin avisar y haciéndome sentir que tenía replantearme qué tan bien estaba mi propio instinto de supervivencia.

308Donde viven las historias. Descúbrelo ahora