Capítulo 24

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Diana azotó con fuerza la puerta del auto. Ricardo levantó las cejas y el blanco de sus ojos saltó con más pavor que el que tuvo en el ataque de mi apartamento.

—Hay que cambiar de carro —dijo Diana.

Ella tiró las compras hacia atrás y me cayeron sobre las piernas. Había comprado dulces, comida enlatada, precocinada, perrarina, tinte rojizo, tijeras y alcohol.

—¿Por qué? —preguntó Ricardo.

Él se estiró para tomar un chocolate y le di un manotazo que lo hizo retroceder. Tome el chocolate y procuré que se notará que me lo estaba comiendo sola.

—Y cambiarte de look —dijo Diana.

Ella arrancó el auto. Sus manos sujetaban el volante con pereza como si simplemente estuvieran apoyadas allí, pero sus hombros estaban tensos, apretando su cuerpo haciéndola más pequeña.

—¿Por qué? —pregunte, reconfortándome con el dulce sabor del chocolate, mire la envoltura, tenía leche y posiblemente más azúcar de lo que debería comer con solo un pan de desayuno.

—Las noticias, están buscando este carro y te están buscando a ti —dijo Diana.

El perro sacudió la cola olisqueando las bolsas y yo volví a recostarme en los asientos. Me sorprendió mi poca reacción, estaba muy asustada pero el chocolate estaba haciendo un buen trabajo en mantener el estómago estable.

—¿A mi también? —preguntó Ricardo.

No se escuchaba asustado, se escuchaba emocionado quise patear su asiento, en su lugar di otro mordisco al chocolate.

Desde mi lugar podía ver el perfil de Diana, tenía pecas que se perdían en el nacimiento del cabello. Ella apretó los labios, seguramente tragándose la ridícula pregunta de Ricardo.

—No puedo usar lentes de contacto, ya mi vista es suficientemente mala para mirar fantasmas —dije.

Tenía una visión deficiente, aún así era mejor que nada. Ya me sentía suficientemente desprotegida.

—Y te falto comprar sal —continué.

—Al menos durante el día —insistió Diana lanzándome unos lentes de sol oscuro redondos que dudaba que me quedarán bien.

Estaba conduciendo con demasiada calma para haber visto su auto en las noticias, me pregunté si ya había pasado por esto antes.

Recordé sus salidas nocturnas, raro sería que no hubiese sido perseguida por la policía antes.

—¿Y el carro? —pregunté.

Si Ricardo se negaba a cortarse el dedo y salvar la vida, yo puedo negarme a usar lentes de contacto.

—Sé a dónde ir —aseguró Diana.

Y por primera vez desde que la conocí noté que estaba realmente nerviosa. Movía demasiado la rodilla y volví a sentarme y ponerme el cinturón de seguridad. Ella tranquila ya conducía como el demonio, nerviosa las personas en la acera eran un borrón deforme.

Comenzó a reducir la velocidad cuando entramos a una urbanización que estaba fuera del alcance económico de cualquiera de los tres.

Mientras más avanzamos más ridículamente caras y cuidadas lucían las fachadas de las casas, hasta que el auto se detuvo por completo frente a una reja negra de 6 metros coronadas con alambrado eléctrico y custodiado por dos hombres con pantalones de vestir y camisas abotonadas negras.

Los guardias se dividen, uno rodeo el auto y el otro se acercó a la ventanilla de Diana. Usé los lentes y procuré mantenerme tranquila, Diana no parecía tener intenciones de entregarme.

308Donde viven las historias. Descúbrelo ahora