Capítulo 11

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Lo primero que vi no fue a ella, fueron los cuchillos de la cocina. Los mangos apuntaban hacia mí, sabía que podía tomarlos antes que cualquiera y eso me ayudó a estrechar su mano con más confianza.

—Hola, soy Diana —dijo ella.

Ahora que la tenía de frente estaba completamente segura que estaba a la altura de Ricardo, y que tenía más pecas en el rostro de lo que dejaba ver el maquillaje.

Sus ojos azules en persona lucían más deslavados, como si alguien hubiese olvidado agregarle color.

Toda esa sensación de que era una mujer peligrosa se intensificó. No sabía que era, pero era algo. Mi padre podía ver mejor las cosas que yo, incluso desde la distancia, cosa que yo no podía, él notaba todo al instante pero no había tenido la suerte de heredar toda su visión, yo necesitaba tiempo.

—Kila —dije. Muy consciente de obviar mi apellido y que ella había hecho lo mismo.

Mantuvo su rostro impasible, demasiado para que fuese algo natural y supe que estaba haciendo un esfuerzo para no hacer ningún comentario de mis ojos.

Con el aislamiento había perdido la costumbre de recibir las reacciones de las personas cuando veían mis ojos, a algunos el asombro les ganaba y no se detenían en hacer un comentario. Y otros como Diana preferían actuar como si no lo hubiesen notado, era como si pensarán que era una enfermedad y se protegían de decir algo indebido.

—Es muy lindo tu apartamento, es idéntico al mío pero luce más amplió —comentó Diana dejando que sus ojos fuesen de la sala a la cocina. Tampoco había mucho que ver.

«Podías intentar limpiarlo» pensé. La última vez que la había visto tomar una escoba fue hace un mes.

—Vayan a la mesa, los platos están casi listos —vociferó Ricardo desde el otro lado de la isla.

Fui a la mesa. Notaba las hoyas y los platos que preparaba Ricardo y no veía físicamente posible que todo eso entrara en una mesa redonda para cuatro personas.

Diana se rezagó, ella ayudó con los platos y le dio pequeñas sonrisas a él. Desde la mesa notaba las mejillas oscurecidas de Ricardo. Estaba sonrojado, no sabía si era por el calor de la cocina o por tener una chica atractiva rozando sus codos.

Si quería tener una cita no era necesario hacerlo conmigo al lado o en mi casa.

Llegaron con tres platos, dos copas, un vaso, una botella y una jarra de jugo de naranja.

Me sorprendió que nadie tirara nada. Las flores del centro de mesa no me dejaron ver el plato de Diana. Pero me sorprendí cuando vi el mío.

El aroma dulzón de los vegetales sazonados estaba cortado en finas capas que construían una pequeña torre.

—Es solo algo ligero para la entrada. Preparé diferentes platillos para todos —dijo Ricardo.

Él se sentó a mi lado, colocó el vaso frente a mí y sirvió vino para él y Diana. Lo mire tomando asiento frente a la crema humeante, verde y espesa que podía acabar tranquilamente en dos cucharadas.

Me sirvió el jugo de naranja. Aunque él tuvo la delicadez de darme cosas que me gustaban seguía molesta con él por ponerme en esa situación.

—Estoy sorprendida —vociferó Diana. Había cierta diversión en su voz, tener una mesa en el medio de todos la había relajado— Cocinas y dibujar bien. Y ¿Kila, tú también estudias ilustración? —preguntó Diana.

Tome un tragó largo de jugo para no tener que hacer ningún comentario.

Esperaba que Ricardo tuviese la decencia de no mirar en mi dirección antes de hablar, pero si me dio un pellizco debajo de la mesa que interprete como una advertencia para no estar tan callada.

308Donde viven las historias. Descúbrelo ahora