Capítulo 9

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Había algo en la mañana que hacía que todo se viese más lento. La señora del 315 se mecía en la sala con pereza, su perro estaba recostado en la mesa del comedor. El hombre del 298 saltaba sobre su sofá, no lo hacía rápido, y tampoco sentía mucho interés por saber la razón.

El matrimonio del 307 discutía despacio, la mujer alzaba los brazos y él simplemente asentía. Estoy segura que discutían por la prueba de embarazo que había en la mesa, de seguro no era positiva.

Y la mujer del 308 había llegado antes del amanecer a su apartamento y la encontré con el pecho y las piernas desnudas extendidas sobre el sofá.

Sus pies salían del reposabrazos del sofá, comenzaba a creer que era más alta que Ricardo.

No me sentí mal por mirarla. Salir de noche era tan legal como vigilar a los vecinos. Recostada boca arriba sus senos se veían más pequeños y dejaba a la vista un cinturón de lunares que se iba hasta su espalda.

«Ni siquiera yo tengo tantos lunares» No obtuve nada de la gracia de mi abuela pelirroja.

Estaba segura de que a sus amantes les resultaba agradable aquello. Seguro que le dirán que era como besar estrellas.

«Besar estrellas» repetí. Lo escuche tonto.

El sonido de la puerta de Ricardo abriéndose me sorprendió. Él debía de estar en clases no aquí.

—Pensé por un momento que estabas muerta —dijo Ricardo.

Clave el rostro en el telescópico y la atención fija en los labios entreabiertos de la mujer del 308.

—¿No piensas hablarme? —preguntó Ricardo.

No respondí. Apreté los labios y me mantuve firme.

—No piensas hablarme —repitió él.

Escuche a Ricardo suspirar. Baje mis ojos, estaba descalzo, aunque le había dicho otras veces que no era bueno estar descalzo.

—Esto es infantil —murmuró Ricardo— ¿Cómo voy a saber qué te molesta, si no me hablas?

El peso de su espera me hizo sentir agitada, quería levantarme y encerrarme en mi cuarto. Pero Ricardo estaba en medio del camino.

—¿Quieres que me vaya del apartamento? —preguntó él.

Volví a fijar los ojos en el lente. La mujer del 308 se estaba despertando, comenzaba mover los brazos y las piernas.

«Otra vez sola» pensé.

Estaría en el telescopio sin que me juzguen, volvería a tener el apartamento como quería y no tendría que preocuparme por Ricardo. No era una mala imagen, incluso podía sentir como la paz volvía a mis días, esa tranquilidad que mi padre también había defendido.

Y aun así no quería aquello.

—¡Kila! —vociferó Ricardo— Pues yo también estoy molesto contigo ¿Qué es toda esa sal debajo de mi cama?

Él levantó la voz, no alcanzó a gritarme pero estaba cerca de hacerlo. Esa pregunta sí fue lo suficientemente importante como para hacer levantar el rostro hacia él.

Solo estaba vistiendo pantalones cortos de algodón y el cabello oscuro estaba aplastado por de un lado, pero jamás había visto a Ricardo con un rostro tan despierto como ahora. Tenía el cuerpo tenso y los ojos atentos.

—Es mi cuarto Kila no te permito entrar así —vociferó Ricardo.

—Es mi casa —vocifere. No hablar había debilitado el volumen de mi voz.

Aclare mi voz, no quería escucharme pequeña delante de la molestia de Ricardo.

—Y estoy pagando alquiler, merezco privacidad —debatió él.

No respondí. Considerando la realidad, perder la privacidad era un precio reducido a pagar por protección.

—Eres una niña malcriada —vociferó Ricardo.

—Y tú un mentiroso —dije.

Estaba cansada de que siguiera hablando, de que estuviera a mitad del pasillo, de que hubiese elegido no ir a clases solo para encararme.

Sus ojos se abrieron por la sorpresa, era como si hubiese olvidado todo el asunto de la sal con mi acusación, al menos eso era algo positivo.

—Si es por la foto, la conseguí en internet —dijo Ricardo.

La fotografía de la mujer del 308 era lo primero que se veía en la papelera de mi habitación. La mentira me hizo contraer todo el rostro.

—Y sigues mintiendo —asegure.

Esa fue la primera vez que Ricardo dejó de mirarme para mirar el telescopio. Fue extraño ver cómo hilaba la situación, primero estrechó los ojos como si estuviera viendo algo muy lejos y luego abrió la boca y tomó aire.

«Qué estúpido eres» Aunque lo estaba viendo me costaba creer que no se enteró de nada hasta ahora.

—Que tú no quieras hablar con nadie afuera, no quiere decir que yo también deba hacer lo mismo —excuso Ricardo.

Enderecé mis hombros como si las palabras de Ricardo me hubieran empujado y hasta cierto punto así había sido. No tenía mucha experiencia en discusiones, no solía contradecir a mis padres pero Ricardo empujó el recuerdo de la última vez que vi a mis padres peleando.

Había sido por algo peligroso, el mismo peligro que quería apartar de Ricardo.

—Me lo prometiste —vocifere. No podía escapar de esa conversación, así que aprovecharía de restregarle el engaño todo lo que pudiese—. La sal te escuda, la necesitarás si vas a hacerte amigo de alguien que sale todas las noches.

—Pues mientras estaba haciendo sus compras parecía una chica normal —dijo Ricardo. Se llevó las manos al rostro y caminó hacia su habitación.

No sabía si la vergüenza lo empujo lejos pero lo agradecí. Aunque ya debía de ser consciente que alguien como Ricardo superaba la vergüenza rápido.

Él regresó con su nintendo en la mano. Lo dejó al borde de la ventana y señaló el apartamento 308.

—Solo quiero que hables, que te intereses por conocer a las personas, no solo vigilarlas —dijo Ricardo. Ya no lucía molesto, ni triste, incluso me daba una sonrisa pequeña, de esas que regalas por lastima.

—Puede ser divertido un rato —dijo él señalando el telescopio—, pero de todas tus rarezas esta es la más peligrosa. Prueba hablando un rato, debería enviar una invitación a Mario Card. Espero que seas mejor jugando que resolviendo conflictos.

308Donde viven las historias. Descúbrelo ahora