Y la noche de mierda continuó, llegar al hospital fue toda una prueba de supervivencia. Ricardo gimoteaba y se quejaba del dolor en el asiento de atrás. Diana empezaba a balbucear y nadie era capaz de saber lo que decía mientras trataba de no chocar contra alguna pared cada vez que me tocaba hacer un giro y todo era aún peor guiándome con las direcciones escuetas de Ricardo.
Para nada era como manejar bicicleta. Fue todo un alivio y me permití otra vez sentir cierta tranquilidad cuando vi las luces blancas del hospital. Estacionarse tampoco fue excelente, la sacudida que dimos cuando las llantas subieron a la acera hicieron que Diana cayera en el espacio entre los asientos y Ricardo gritara.
Supuse que una cámara había alertado a los médicos. Ellos llegaron mientras tratábamos de sacar a Diana del auto.
Comenzaba a ver los primeros rayos de sol cuando ambos fueron llevados adentro y yo me quedé plantada a dos pasos de la entrada, las puertas de vidrio me dejaron ver a Ricardo siendo empujado a sentarse en una silla de ruedas y a Diana perderse en los pasillos llevada sobre una camilla. Pero no era lo único que podía ver. Apenas podía diferenciar entre los muertos y los vivos. Lo único que podía utilizar para eso era notar la falta de respuesta de los enfermeros hacia cuerpo cercenados, golpeados y cansados.
No me había dado cuenta que comencé a retroceder hasta que alguien me detuvo.
El enfermero cerró las manos en mis brazos, tampoco me había dado cuenta de que estaba temblando hasta que me hicieron también sentarme en una silla de ruedas.
Cerré los ojos mientras me llevaban y me negué a abrirlos hasta que supuse que ya estaba en una habitación.
—¿Vienes con los otros dos chicos? —me preguntó el enfermero.
Era mayor que yo, posiblemente de la edad de Diana. Más que preocupado lucía curioso. La habitación era pequeña, las dos camillas que ocupaban la mayor parte estaban tan juntas que apenas había espacio para moverse entre ellas.
Pero había espacio suficiente para que, en una esquina, una niña pequeña sentada en el suelo, jugará con un peluche viejo.
—¿Qué les sucedió? —preguntó el enfermero mientras me tomaba el pulso, no pude responder. No me sentía cómoda para hablar mientras la niña muerta seguía jugando y tarareando—¿Llamo a la policía?
Lleve mis ojos hacia el techo esperando encontrarlo vacío. Y note la impresión del enfermero al mirar mis ojos. La sorpresa inicial fue reemplazada rápido por cierta irritación, todo su cuerpo se tenso y parecía forzarse a sí mismo a permanecer allí.
—No es necesario —dije mirando al techo blanco.
Las luces blancas del techo eran menos dolorosas que la iluminación del Club Gato. Sentí el pinchazo en el brazo más doloroso de lo que debería, preferí pensar que era por el temblor de los músculos y el estrés que había soportado mi cuerpo.
—Quédate aquí, es un relajante —dijo él, parte de la calidez de la voz de un médico se había ido por completo.
Cuando salió de la habitación me sentí terriblemente juzgada y con ganas de salir corriendo, traté de levantarme de la camilla, el esfuerzo de simplemente sentarme me hacía sentir que no había comido ni dormido en tres días.
Nunca me había enfrentado a una posesión, no esperaba sentirme como un ciervo recién parido. Me preocupé, por mis nulas posibilidades de salir corriendo de allí, pero pude culpar al tranquilizante que bajaba por la vía por la aparente calma que mostraba al intentar ignorar a la niña jugando en la esquina.
Deje que la espalda se apoyara en la pared y me permití esperar algunos minutos para decidir qué hacer, no estaba segura si irlos a buscar, ni siquiera sabía si estaban bien y definitivamente era información que necesitaba.
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308
FantasyDentro de mi apartamento estoy protegida de todos los peligros, pero no de ella.