Capítulo 4

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—Ya sé cómo ayudarte.

La voz de Ricardo hizo que apretará con fuerza el nudo de la toalla. No lo había escuchado llegar y apenas había puesto un pie fuera del baño.

En sus manos descansaban unos binoculares y me negué a tener curiosidad sobre el asunto. Estaba demasiado expuesta para tener una conversación con él.

—¿Ayudarme a qué? —pregunté mientras me apresuraba a llegar a mi habitación.

—A hablar con tu vecina —dijo Ricardo, sus ojos se fruncieron en una expresión de duda, era como si yo debiese de leerle la mente a la perfección.

—No quiero hablar con ella —aseguré. Mi padre jamás me había enseñado a mentir.

Ricardo estiró y apretó los labios. La mueca parecía tonta y así me sentía, tonta de verme orillada a lo que parecía ser una conversación larga mientras vestía una toalla.

—¿No te gustaría tocar lo que ves? —preguntó Ricardo.

—No seas ridículo, hablas como si solo la mirase a ella —vocifere.

Entré a mi habitación y le cerré la puerta en la cara, se sintió liberador. Creía que la puerta había terminado la charla, pero lo que más le gustaba a Ricardo era hablar.

—Pues ella no es una anciana con un perro, un matrimonio o un chico que probablemente no se ha bañado en 2 días —vociferó Ricardo al otro lado de la puerta.

No respondí. Lo que decía no era lo suficientemente interesante como para seguir. Me vestí. No tengo ningún lugar especial a donde ir, así que tampoco tenía ropa especial.

—Hablar, ser cortés es mejor que espiar y ver cosas que no deberías ver —continuó Ricardo.

—Pues tú también pareces estar espiando —dije. Me senté en la cama, si tenía que hablar con Ricardo me sentía mejor con una puerta de por medio. Podía hacerme la dormida si sus palabras llegaban a nuevos niveles de ridiculez.

—Ni siquiera vas a tener que salir del apartamento —continuó él.

Esas palabras no fueron ridículas, fueron peligrosas.

Abrí la puerta para ver a Ricardo mirando con sus binoculares. Eran las 4 de la tarde, si estaba mirando el apartamento 308 solo la veía jugar videojuegos, si miraba el 315 la anciana estaría preparándose para salir a pasear al perro.

—Nosotros nos conocimos jugando Mario Kart. Juega con ella en línea —vociferó Ricardo.

Golpee con fuerza el hombro de Ricardo. Era agradable que su piel morena ocultara el enrojecimiento por el pinchazo.

Ricardo se alejó de la ventana con una expresión de molestia mientras se sujetaba el brazo como si estuviera apunto de caerse.

—¡Ya deja la idiotez! —vocifere.

—Kila, no necesitas ser violenta —dijo Ricardo.

—Antes de mudarte habíamos acordado que no me ibas a molestar —dije. Era la razón más grande por la cual lo había aceptado.

—Es que ya se volvió medio aterrador tus violaciones a la privacidad —comenzó Ricardo —Llevo 20 minutos mirando y salvo ver a la vecina salir de noche no pasa nada. No es como si pudieras escuchar chismes.

La ventana me daba imagen pero no sonido y en el fondo lo prefería así.

El ruido me distraía, interrumpía la imagen, la ensuciaba y jamás me gusto la suciedad.

No estaba dispuesta a moldearme de acuerdo a las peticiones de Ricardo. Y él pareció entender que había cruzado una línea y que no debía de seguir presionando con el asunto.

Por eso enderecé los hombros, preparándome para lo que saldría de su boca cuando sus labios titubearon.

—Si tú mueves mis cosas yo tengo el derecho de meterme en tu vida —expuso Ricardo.

«Esta semana está terminando como la mierda»

—¿Me harías un favor? —pregunte. Parecía sorprendido de no tener sus maletas en la puerta.

—Sí —respondió él con duda.

—Ve al 98 por una taza de azúcar —impuse.

—¿Por qué no esperar que te traigan el mercado? —preguntó Ricardo.

—Porque quiero tomar café —respondí tajante, le di un empujón suave para que avanzara por el pasillo.

—¿Café? Son las 4 de la tarde —dijo Ricardo.

Aparentemente se le había olvidado que estaba enojada con él.

—¿Me vas a hacer el favor o no? —insistí.

Ricardo tomó de mala gana una taza cualquiera, antes de ir a la puerta. Esperé en medio de la sala que pasara el cerrojo de la última puesta antes de moverme.

El apartamento 98 estaba arriba. Le tomaría poco más de 2 minutos venir con el azúcar.

Tome la sal de la cocina y entre a la habitación de Ricardo.

La habitación olía a sudor y ropa mojada. Pero sorprendentemente Ricardo la mantenía lo suficientemente ordenada como para caminar en ella.

Pero el tocador era una montaña deforme de cosas.

No estaba muy segura de los lugares en los que Ricardo no notaría la sal, así que fui por los más evidentes. Coloque pequeños trozos de sal debajo del tocador y de la cama.

Esperaba que eso fuese suficiente, lo que menos necesitaba era que la noche se filtrara bajo el techo de mi hogar.

Volví a mi asiento, el telescopio apuntaba al apartamento 308. Supuse que era mejor que Ricardo me encontrara en mi estado más cotidiano pero no pude quedarme allí.

La dueña del apartamento estaba de pie en el medio de la sala, delante de su ventana, con la espalda recta y los ojos fijos en mí.

308Donde viven las historias. Descúbrelo ahora