Capítulo 15

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—¿Cuánto más crees que voy a aguantar tus imposiciones? —vociferó mientras la regadera hacía ruido de fondo.

Ricardo estaba frente a su cama analizando qué almohada darle a Diana, ya había elegido unas sábanas azules con bordado de estrellas para ella.

—No seas exagerada solo será una noche. No te hará daño ayudar a una amiga —respondió Ricardo. Tenía cierto tono de diversión, me recordaba a la voz que usaba de niña cuando hacía una travesura y mi padre era mi cómplice.

—No es mi amiga —le recordé.

Parecía que olvidaba que no me interesaba ni un poco el acercamiento con otras personas, sobre todo si esas otras personas eran tan raras como yo.

Ricardo bajó los hombros como si estuviera derrotado.

—No te hará daño considerar a otras personas —dijo él.

Sacudí la cabeza mientras él tomaba su mejor almohada y la colocaba al lado de las sábanas de estrellas.

Sabía que la calma de Ricardo y su completa despreocupación venía de la ignorancia de lo peligroso que era el mundo. Ricardo era un privilegiado por eso, sabía de las desapariciones nocturnas, que había algo mal con la noche que nadie sabía definir, o nadie quería decirlo en voz alta.

Pero como un privilegiado solo se limitaba a sentirse temerario por conocer a una chica guapa que tenía la noche dominada.

Pero no era mi deber sacarlo de ahí, los secretos no eran completamente míos para contar.

—Tú no entiendes —murmure, no muy segura de querer que Ricardo escuchara eso.

—¿Qué no entiendo? —preguntó él.

Caminó hacia sus cajones, estaban a reventar de sudaderas, dudaba que alguien más que él pudiese encontrar algo en específico ahí.

—Está es la última Ricardo, si lo vuelves a hacer te exigiré que te vayas —vociferé.

La dureza de mi voz hizo que la derrota en sus hombres se fuese a sus ojos. Todo su rostro bajó al punto que parecía que le habían lavado todas las expresiones.

—Solo quiero ayudar... Ayudarte. A ti... Eres importante y no quiero que pases el resto de tu vida sola.

Ricardo eligió una sudadera verde con manchas de cloro que lucía más grande que él y la lanzó a la pila de cosas que había elegido para Diana.

Yo lograba entender lo que no decía. O al menos eso creía. Ricardo tenía el talento de hacerme sentir como idiota cada vez que trataba de entender lo que hacía, pero había algo que sabía con certeza de su carácter y es que le gustaba hablar más de lo que le gustaba cocinar. Un futuro en soledad era de los destinos más aterradores que él podía imaginar.

Algún día él se iría, formaría una familia y yo volvería a quedarme sola, pero ya había estado sola antes. La soledad no estaba en mi lista de miedos.

—Cómo decida pasar mi vida es asunto solo mio Ricardo —dije.

La ducha se cerró y antes de que él pudiera tomar las cosas que estaban sobre la cama lo hice yo.

—Se lo llevaré —continué.

Eso pareció complacerlo y para que no se hiciera más ilusiones me apresure a agregar: —Le diré que debe irse en la mañana y que no puede salir esta noche.

Camine despacio hacia la sala y tiré las sábanas y la almohada en el sofá. No pretendía apresurarme, ella me importunó a mi, así que tenía el derecho de importunarla a ella.

308Donde viven las historias. Descúbrelo ahora