Capítulo 32

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El atardecer no me parecía exactamente lo mejor del mundo, los colores cálidos eran garras ensangrentadas que levantaban la noche sobre mi. Comenzaba a sentirme incómoda con el cinturón de seguridad.

Me lo había puesto hace horas cuando Ricardo y Diana intercambiaron asiento. Diana manejaba de una forma mucho más temeraria y agresiva, me servía para llegar más rápido pero ponía en duda de que pudiera llegar en una sola pieza.

Ricardo apenas notaba la vertiginosa velocidad en la que iba, se había dedicado a dibujar a lápiz en una bloc de notas. Con las hojas usadas abultadas aparentemente había dibujado más de lo que podía notar.

No me interesé demasiado en lo que dibujaba, estaba más atenta a la forma en que avanzaban las horas. Nueva Génesis me parecía cada vez más lejana en lugar de cercana. Y mientras más pasaba el tiempo menos segura estaba de a donde estaba yendo.

Estaba buscando a una mujer que probablemente estaba ya muerta, esperando entender lo que protegía a Diana y esperaba que también pudiese darme una protección similar. Cuando salí de la casa de Scarlet me parecía la única opción, pero ahora comenzaba a verse demasiado arriesgado.

Me asustaba llegar y encontrarme con nada, no estaba lista para convertir el mundo en mi escondite, ni siquiera podía pensar en cómo hacer eso o si me interesaba realmente.

No era exactamente un espíritu libre, no era Ricardo, no era aventurera ni tenía una pasión por la cual daría mi vida, tampoco era Diana, a mi no me criaron para enfrentarme al mundo, me criaron para esconderme de él. De niña mi vida de ensueño implicaba jugar videojuegos, comer y esperar una muerte tranquila mientras dormía. Podría ser una expectativa pobre para una vida, pero era la vida que había esperado y ahora que todo era inesperado me sentía caminar sobre una fina capa de hielo, esperando encontrarme algo seguro y estable al final del camino.

El auto se detuvo, el cielo estaba más oscuro que rojizo. Ricardo había terminado de dibujar y miraba con pánico a Diana. Supuse que ahora es que se daba cuenta que Diana manejaba como si la persiguiera el diablo.

—¿Qué? —preguntó Diana respondiendo al pánico de Ricardo con una expresión de confusión —Serás el último en conducir, ya estamos cerca de Nueva Génesis.

—Con la velocidad con la que volaste no lo dudo —dijo Ricardo.

—No seas exagerado —dijo Diana.

Ricardo giró y me apuntó con un dedo antes de decir: —Se la pasó desparramada y hasta se puso el cinturón.

Diana giró y me lanzó un bufido de inconformidad, como si la hubiese traicionado antes de bajarse del auto.

Ricardo también bajó pero en lugar de venir directamente a cambiar de silla como lo había hecho Diana se fue a la orilla de la carretera.

—¿A dónde vas? —grité mientras él se alejaba cubriendo la mitad de su cuerpo con la maleza que crecía.

—¡Voy a mear! —grito él en respuesta.

—No puedes esperar a llegar —grité.

—Me vas a controlar la vejiga —gritó él.

—¿No debería sacar también al perro? —preguntó Diana.

—Nadie más se bajara del auto hasta que lleguemos a la siguiente parada —ordene.

Diana se hundió en el asiento, parecía decepcionada de no habérsele ocurrido ir a orinar.

El perro comenzó a ladrar a mi lado, pensé que tal vez sí debería dejar que lo llevaran al baño.

Por el retrovisor veía a Ricardo volver a paso perezoso.

El perro no paró de ladrar. Y todo mi cuerpo se tensó de golpe, fui la primera en notarlo. En el asiento del copiloto Diana giro, luego fue Ricardo, estaba cerca pero no lo suficiente.

308Donde viven las historias. Descúbrelo ahora