Capítulo 37

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Salir del hospital fue más simple que enfrentar los días posteriores. Había recuperado ya la energía, pero el cuerpo seguía flojo, las piernas y los brazos temblaban fatigados cuando me planteaba hacer algo que implicara un mínimo de fuerza.

Bañarme era todo un protocolo, cuidadoso y medido para que yo no me cayera al suelo y Diana no me viese desnuda. Aunque había algo extrañamente humillante en ducharse sentada que no había contemplado hasta que me tocó.

Pero la vergüenza llegaba a un nivel que casi no podía manejar cuando Diana entraba cerrando fuerte los ojos, ayudándome a ponerme de pie, secarme y vestirme.

Al principio se sentía como si Diana estuviese cortando cebolla con los ojos cerrados, ridículo y potencialmente peligroso. La primera vez que sentí la piel de sus manos y las gotas de mi cuerpo humedecer su ropa fue demasiado, demasiado de todo, de su calor, su presión, me hacía más débil que la fatiga muscular.

Era todo un revoloteo emocional que me hacía sentir en una nube donde solo estábamos Diana y yo. En ese momento agradecí que Diana fuese estricta en los límites que no debía cruzar, incluso con los ojos cerrados nunca había tocado más allá de la espalda y los brazos.

Con los días me resultó más problemático, la debilidad por su cercanía fue reemplazada por necesidad y deseo. Deseaba resbalar solo un poco y que Diana no tuviese más opción que mirarme, quería que sus manos fueran a otros lugares y alcanzar el "después" que me había prometido en la habitación del hospital, que volviera a besarme.

No había vuelto a besarme y no podía evitar pensar en la versión de Diana arrebatadora y descarada que recordaba de mi vigilancia, quería a esa Diana. Ahora solo parecía que tenía su versión apta para todo público. Comenzaba a ser frustrante sentir que era la única que deseaba.

Pero todo el deseo se enfriaba y se desplomaba en cuanto salía de la burbuja del baño. La visión de Ricardo, solo, recostado en la cama, con el perro apoyado en su estómago era suficiente para sentir la cercanía de Diana como el único confort que me impedía saltar sobre mi amigo y golpearlo hasta que agradezca seguir con vida.

En cambio Diana me había hecho prometer que le dejaría ese espacio, pero después de dos semanas lo único que hacía era medio comer, medio bañarse, medio dormir y medio ver su libreta de dibujos. Era como si todo él estuviese reducido a la mitad. Hablaba y mantenía una conversación coherente pero no había hecho ningún comentario jocoso sobre mis baños con Diana, tampoco se había quejado del dolor de la mano cada vez que Diana cambiaba el vendaje y limpiaba los puntos. Incluso había que recordarle que debía tomar antibióticos y analgesicos.

Él no había visto su dedo. Cuando llegamos Diana volvió a salir y regresó con el anillo limpio y libre del dedo, no quise preguntarle qué había hecho exactamente, era innecesario y no quería que Ricardo lo escuchara.

Sabía que estaba triste, posiblemente coqueteaba con la depresión pero no podía evitar sentirme molesta por no verlo aliviado de seguir con vida. Él mismo había disparado para seguir ileso, también había cerrado la ropa de Diana para que no tuviese forma de enterarse lo que pudo haber sucedido, fue altivo en todo el camino al hospital. Durante ese tiempo había tenido el dedo cortado y el estado de shock lo hacía parecer mucho más él de lo que había sido en todos estos días.

No podía creer que alguien que había hecho todo eso, se hundía sin ver los beneficios, tenía más posibilidades de una vida larga, lo suficientemente larga para aprender a dibujar sin ese dedo.

Dentro de todo lo malo que pudo haber pasado, no era una pérdida irreparable y me enojaba que la jovialidad de Ricardo no estuviese para que pudiese ver eso.

Lo más cercano que tuve a expresarlo fue haberle lanzado una almohada a la cara y gritado porque no me había dicho absolutamente nada cuando le dije que había besado a Diana.

308Donde viven las historias. Descúbrelo ahora