Escuche la puerta del auto abrirse. Todo estaba demasiado brillante y se movía demasiado. Las luces artificiales eran orbes circulares que se superponen y me empañan la vista. Me aferre a lo que podía sentir, no quería desmayarme y el vómito ardió para salir por la garganta.
Sabía que Diana era la que me sostenía, sus manos eran más suaves y pequeñas que las de Ricardo y ella tenía un aroma natural más cítrico que nosotros dos.
La luz que la acompañaba era pequeña pero se fusiona con el resto, moviéndose de un lado a otro, quise volver a vomitar; lo intente, pero solo termine con la nariz y la garganta más irritada.
Me caí, o eso creí cuando me sentí confundida con donde estaba arriba y abajo y el dolor me atravesó todo el costado del cuerpo.
Volví a escuchar la voz de Diana sin entenderla. No comprendía qué estaba haciendo, o qué estaba pasando.
La confusión me resultaba desalentadora, escalofriante incluso, ni siquiera estado paralizada de miedo me encontraba en una posición tan desprotegida, solo sintiendo a Diana alrededor de mi, estabilizándome y manteniéndome allí, donde sea que fuese allí.
El calor de su seguridad, el temple de su voz suave me rodeo. Algo fresco y fibroso me refresca la piel. Luego empezaron pequeños pellizcos que me incomodaron. Ahora no solo escucho a Diana, comencé a reconocer la voz de Ricardo, más profunda y menos segura.
Me permití cerrar los ojos, esperando que la confusión y el mareo se disiparan.
No era capaz de entender lo que me sucedía, tampoco esperé lograrlo mientras me esforzaba por mantener todo lo que era yo en mi propio cuerpo.
Me tomó un par de minutos, o al menos eso creí, volver a entender lo que hablaban.
—No jales tanto —chillo Ricardo.
—No puedo ver bien —dijo Diana —Toma, limpia el cuello.
El olor profundo a alcohol me hizo torcer.
—¿Dónde dejaste el espejo? —preguntó Ricardo.
—Dame un poco de espacio —pidió Diana.
Sentir mi propia mano entre las suyas me ayudó a abrir los ojos con más confianza. Pude entender que lo que miraba era el techo blanco de una habitación. Un pinchazo de dolor me hizo bajar el rostro hacia la mano y apartarla con brusquedad. El movimiento provocó un quejido por el dolor más intenso e intensificado.
—¡¿Qué carajo me estas haciendo?! —chille.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Ricardo.
—No te muevas tanto, tienes muchos vidrios —dijo Diana sujetándome de los hombros.
Fue conteniendo los movimientos bruscos mientras me volvía a dejar sobre la superficie de la cama.
La habitación del hotel era más espaciosa que la anterior, había dos camas matrimoniales y la luz cálida estaba lo suficientemente bien distribuida para no dejar espacios en sombras.
Me agradaron los cuadros grandes de playas en calma y cielos despejados. Las sábanas estaban bastante suaves y esperaba que las almohadas tiradas en el piso, sirviendo de cama para el perro, también lo estuvieran.
Si no fuese por el olor a lavanda mezclado con el alcohol fuese una habitación realmente agradable.
—¿Qué pasó? —pregunte.
—El Jinete se fue como el anterior cuando me tuvo de frente —comenzó Diana sujetaba una pinza de cejas mientras volvía su atención a mi mano —Conduje hasta el primer hotel, estamos a las afueras de Nueva Génesis. Es de madrugada.
ESTÁS LEYENDO
308
FantasyDentro de mi apartamento estoy protegida de todos los peligros, pero no de ella.