Capítulo 19

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Sentir el rostro de Diana tan cerca no era tan incómodo como lo había imaginado. Veía la luz salir de sus hombros y llenar la ducha de calma, tenía que luchar contra ella para mantener una posición defensiva.

El espacio en la ducha era reducido y ninguna de las dos estaba dispuesta a hablar en otro lugar. El cristal de la ducha amortiguaba nuestras voces y la oreja de Ricardo pegada a la puerta del baño solo captaba sonidos aislados.

—¿Cuándo te llevarás al perro? —pregunte, en ese momento no era el mayor de mis problemas, pero mantener vivo a Ricardo era suficiente responsabilidad como para agregar a un perro.

—En unos días —respondió Diana.

Ni toda la calma que proyectaba la luz hizo que tomara era respuesta bien.

—¿Cuánto es unos días?

Diana levantó los brazos hacia mis hombros, sus dedos apretaron con gentileza pero me negaba a calmarme.

—Deberías aprender a relajarte un poco —dijo Diana.

Su voz dejó el tono exigente que había usado en la sala. En lugar de parecer relajada, parecía cansada. No estaba segura si estaba cansada de mi o de la situación. Yo en definitiva estaba cansada de todo.

—¿Cuándo? —volví a preguntar.

Diana bajó los brazos, admitiendo la derrota y usando otra táctica para dirigir la conversión.

—Resolvamos primero lo de Ricardo... —dijo.

—Tú resuélvelo —impuse.

—¡Okey! —Diana revolvió su cabello. El espeso cabello negro se veía más denso con la luz concentrada en la ducha. Entre cerré los ojos por la molestia de algunos rayos golpeando mi cara.

—¿No que era tu mejor amigo y todo eso? —preguntó Diana.

—Yo no le dije que se pusiera el anillo —me defendí.

Yo no tenía la culpa que el sistema de pensamiento racional de Ricardo funcionara con las patas.

—Según parece no le has dicho nada —dijo Diana.

—No había razón para asustarlo hasta que llegaste—volví a defenderme, no estaba dispuesta a aceptar mi porcentaje de culpa, era más que feliz cargándola toda sobre Diana.

—No todos tus problemas son mi culpa —Diana cruzó sus brazos y la luz se metió entre ellos, casi lucía como si estuviera dándole un abrazo —¿De verdad piensas que pudiste estar bien 5 años sin ayuda externa?

La pregunta de Diana hizo que por primera vez la ducha me pareciese claustrofóbica. No hice preguntas, no hacía falta, descargue tanta duda en mi rostro que las cejas de Diana se arquearon en una expresión que me dejó desolada.

No quería su lástima, ni su tristeza por tener una vida aislada y solitaria.

—No, yo. —respondió a mi pregunta no dicha —Mi mamá ayudó a muchos de ustedes. Le tenía cariño a los niños de la muerte.

Mi desolación fue reemplazada rápidamente por el enojo, prefería ese sentimiento y le di pase libre para que moviera mi mano y empujara a Diana hacía los azulejos.

—No me gusta ese apodo —dije. Diana recuperó la diversión con mi empujón y volvió a revolver su cabello, comenzaba a creer que estaba dirigiendo la luz a mi rostro con alevosía y ventaja —¿Me metiste en tu vida solo para ver a tu madre muerta o hay algo más?

La sonrisa de Diana fue tan grande que arrugó las esquinas de sus ojos en una expresión forzada y falsa.

—Sirve de algo si te digo que te veo atractiva —dijo Diana.

Me lo creí tanto como me creí su sonrisa.

—No, no ayuda —dije con una voz más altiva de la que pretendía —. Primero lleva a Ricardo a que le saque el anillo del dedo, luego veré que puedo hacer por ti y no te puedes quedar aquí.

—Genial, porque hay que salir de este apartamento —aseguró Diana y toda la falsedad salió de su rostro, se veía mejor así, la preocupación y seriedad definía cada ángulo de su rostro —. Allá afuera, se están enterando de ustedes. Las denuncias de personas sospechosamente agorafóbicas han aumentado. Los culpan de todas las desapariciones, algunas personas que nada tiene que ver con ustedes, que solo tienen los ojos azules o verdes usan lentes de contacto.

«Pues no la veía a ella usando lentillas»

—Nada de eso me va a alcanzar aquí —no lo podía asegurar pero tampoco quería proyectar mis inquietudes frente a Diana.

—Ya te alcanzó. Nunca has escapado de hecho —su voz fue calmada, como si quisiera consolarme de la terrible realidad y esta vez sí le creí.

—No saldré —impuse. Siempre había sabido que morir como mi padre era mi mejor alternativa, solo esperaba superarlo en edad.

«Ahora ni podré alcanzarlo»

—¿Sabes? Tú me ves por la ventana desde hace cuánto ¿dos años? Yo sé de ti desde hace cuatro.

La revelación de Diana me hizo dar un brinco de impresión, la vergüenza me recorrió el cuerpo y terminó calentando mi rostro. Sabía que el rubor era notorio pero Diana no abandonó el estoicismo que había adquirido desde que borró su sonrisa y lo agradecí.

—Nos guste o no, nos tenemos en la vida de la otra.

Eso también se había escuchado como un pésame.

No dije nada, ella tampoco. El silencio fue refrescante, se sentía como un pacto de amnistía y lo acepte, la acepte.

—Le diré a Ricardo que debe hacer la mochila con sus cosas, tú haz lo mismo si no quieres salir solo con lo puesto —dijo.

Pero no acepté seguirla.

—¡Ay! ¿y?! La sangre de mi apartamento es de uno de los chicos, se metieron cuando no estaba, creo que a revisar si no estaba ocultando a un niño de la muerte, y tengo trampas ¿así qué? Se cortó bastante feo ¿Crees que debería decirle la verdad a Ricardo?

Me encogí de hombros, lo que supiera o no Ricardo era el menor de los males.

—¡Ya que!

«Si va a seguir haciendo pendejadas al menos que no sea ignorante»

308Donde viven las historias. Descúbrelo ahora