Capítulo 23

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No quería abrir los ojos, el olor ácido y podrido mezclado con el cloro eran suficiente para asquearme. También cerré la boca y pero el intento de parar fue inútil cuando la nariz me ardió y lo que me quedaba de la cena terminó mezclado con el agua de retrete.

—Te dije que era mejor las hamburguesas que el sushi.

Escuche que Ricardo reprochaba mientras me levantaba, jalaba la palanca y me lavaba la boca y el rostro.

Agradecí que el baño y el suelo parecían lo suficientemente limpios como para evitar contraer peste por haber vomitado allí.

—Es arroz y pescado ¿cómo va a ser peor que pan relleno con salsas y carne? —refutó Diana.

El agua estaba fría y dejé que cayera sobre el cuello y mis hombros. Ambos habían tratado de ayudarme pero el agua me hizo sentir más reconfortada. Casi podía fingir que estaba en mi baño preparándome para dormir.

Volví a la habitación sintiendo hambre pero no quería volver a sentir el arroz pasar por la nariz. Comían sobre la alfombra de dudoso color marrón, y quise convencerme de que eso me hizo vomitar.

—Si separas los ingredientes es una ensalada —dijo Ricardo.

—¿Y si mejor les separó los dientes a todos? —dije.

Aunque me había enjugado la boca seguía sintiendo el ácido en la lengua y cerré la puerta del baño, tampoco quería que el resto terminará vomitando.

—No hace falta tanta agresividad —murmuró Ricardo.

La habitación del hotel era estrecha y pequeña. La cama matrimonial ocupaba la mayor parte del espacio. Y el sofá la otra mitad, Ricardo tenía que flexionar las piernas para dar espacio a las bandejas de sushi y Diana.

Dudaba que hubiese espacio para abrir el colchón que está debajo de la cama. Camine hacia la cama evitando romper el círculo de sal que había hecho alrededor de nosotros.

—Deberíamos dormir temprano —dije— yo me quedo la cama.

—¿Por qué? —preguntó Diana.

Empuje las patas del perro para darme espacio en la cama y me recosté. Él estaba bastante dormido y apenas movió una oreja. Mañana sería un día largo, había mucho que hacer para partir a Nueva Génesis.

Desde Lata a Nueva Génesis era un viaje de carretera de 16 horas. Tenía que prepararme para ir a la ciudad natal de mi familiar y esperar encontrar protección allí.

Pensaba que el joyero no me habría mandado allá si no fuese de ayuda.

—Estoy seguro de que me quedaré en el sofá, así que ni siquiera voy a discutir esto —dijo Ricardo.

Él se metió tres rolls de un solo bocado. Había estado comiendo de una forma extraña, como si quisiera ahogarse.

Al menos su forma de lidiar con el estrés de la situación me parecía mucho mejor que estar vomitando y teniendo microinfartos.

—Yo conduciré las primeras 8 horas —dijo Diana.

—Tú solita te ofreciste —dije.

Sabía que Ricardo continuaba conmigo porque me quería y que ella continuaba con nosotros por su propio interés.

—Yo también conduciré —dijo Ricardo sonando indignado incluso con un roll en la boca.

No estaba segura de cuándo se habían reconciliado, pero al menos era más agradable que tenerlo muerto de miedo alrededor de ella.

—Podemos dormir juntas —sugirió Diana.

No la estaba mirando, estaba mirando el techo pero se escuchaba divertida, no me extrañaría que estuviera lanzando una sonrisa con todo el encanto.

308Donde viven las historias. Descúbrelo ahora