Capítulo 30

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Aún seguía corriendo. La oscuridad era tan intensa que no lograba saber donde estaba el suelo y las paredes, simplemente seguía corriendo con la esperanza de no terminar chocando o cayendo.

La sensación de vértigo era irrefrenable. Me asfixiaba a cada paso. El eco de una respiración pesada y angustiosa me perseguía y se cernía sobre mi. El peso de la respiración me golpeaba el pecho.

Mis pasos eran cada vez más erráticos, estaba propensa a una caída de cabeza a la oscuridad. Me tomó un momento darme cuenta que la respiración era mía, pero cuando lo supe algo se enrollo en mi tobillo y caí.

La caída me hizo apretar las manos tratando de sujetarme a algo, y solo podía caer o ser arrastrada, no estaba del todo segura.

La luz que me hizo abrir los ojos, fue el reflejo del sol sobre la corantia de la vara, mis manos la tomaron y se movieron por instinto, lo único que tenía en mi mente era sacarme la presión del tobillo de encima y golpee.

La solidez de un cuerpo detuvo el avance del extremo de la vara. Escuché un quejido y la fuerza sobre mi tobillo se liberó.

Cuando miré, reconocí el interior de los asientos traseros del auto de Joana. Era un carro pequeño, con compartimentos extraños en lugares extraños, el tapizado negro estaba cubierto con una tela de plástico y daba calor. Sentía que me estaba despegando del asiento para levantarme y mirar hacia la puerta abierta del auto.

Ricardo estaba inclinado sujetándose el abdomen con una expresión de dolor que me hizo sentir culpable por el golpe. Aunque había sentido ganas de golpearlo antes, tampoco es que la visión real de verlo golpeado me agradara.

—Por Dios —murmuró él —¿Dónde te sale esta fuerza?

Me deslice hasta sentarme al borde del asiento sin querer salir totalmente del auto.

Habíamos encontrado el auto en un depósito pequeño y estrecho, cuando salimos de allí Diana comenzó a conducir por la ciudad, atravesando calles y avenidas. La noche no me había permitido ver bien a dónde íbamos y preferí estar dormida.

Sí pasaba algo era más agradable morirme sin darme cuenta.

Por eso me sorprendió ver algo tan diferente a la ciudad. Los árboles eran altos y se levantaban como edificios detrás de la pequeña tienda de comestibles. El estacionamiento era pequeño, apenas entraban 4 autos y el olor a gasolina y caucho quemado me hizo sentir ligeras náuseas.

Diana salió detrás de Ricardo con una sonrisa tan brillante y despejada como el cielo diurno que estaba sobre nosotros.

Ellos tenían puesto otra ropa y el cabello húmedo de Ricardo había dejado manchas frescas en su camiseta.

Diana me acercó una bolsa de plástico que tenía un aspecto grasoso.

—El desayuno y estamos en una gasolinera con baño —dijo Diana.

Aunque el olor a gasolina no era lo mejor, había pasado gran parte de la noche corriendo y siendo tirada al suelo. Tenía más hambre que ganas de bañarme en el baño público.

—Comeré primero —dije.

Abriendo la bolsa, el pan estaba bañado en salsas y tenía algún rastro de jamón, carne, queso y lechuga. Estaba tibio, así que supuse que lo habían comprado en la tienda.

—¡Qué marrana! —chillo Ricardo.

Supuse que él había preferido quitarse la peste del basurero y la carrera nocturna. Sí sentí mi piel pegajosa por haber dormido sudorosa sobre una superficie envuelta en plástico, pero olía más a gasolina que a cualquier otra cosa.

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