Capítulo 21

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La corantia daba un brillo pálido que no alcanzaba iluminar nada, la luz de Diana era el único foco de iluminación realmente útil. Nuestras sombras lanzaban figuras deformes que me hacían dispersar mi atención.

«Cálmate»

—¿Qué hacemos? —preguntó Ricardo .

«Cálmate»

No había nada que alguien pudiera hacer.

Me detuve en el espacio entre la cama y el closet y me quedé estática centrando mi atención en la puerta de la habitación.

«Cálmate»

Estaba asustada y no podía hacer nada para ocultarlo, las esquinas de la habitación desaparecían bajo la oscuridad, y no me importo que Ricardo y Diana subieran con sus zapatos sucios sobre la cama y se ocultaran detrás de mí.

—¿Qué viste? —preguntó Ricardo.

—Yo también quisiera saber —dijo Diana.

No quise escucharlos, el miedo en sus voces era incluso más elevado que el que yo sentía. Escuche pisadas venir del pasillo, uñas golpeando el piso y sujete la vara con más firmeza, preparando mis músculos para golpear, pero note que Ricardo y Diana también lo escucharon.

El perro a trote entró tan rápido que lo único que alcancé a mirar fue su cola batirse y escudarse entre Diana y Ricardo.

—Era algo muy físico —respondí, mire sobre mi hombro. Diana estaba muy cerca y la luz resultaba intensa, entrecerré los ojos en su dirección.

Sus rasgos se desdibujaban con la intensidad de la luz pero eso no evitó que le preguntara: —¿Lo trajiste tú?

Creo que las cejas de Diana se levantaron, no estaba segura de si estaba sorprendida.

—¿Cómo voy a saber eso? —Diana se escuchó indignada.

Y sentí su mano apretar el hombro, tenía los dedos terriblemente fríos y sudorosos.

—Hay que irnos —dijo ella.

— ¿Lo trajiste tú? —volví a preguntar.

—Estoy asustado —murmuró Ricardo.

«Cálmate»

Debía centrarme, no podía quedarme enganchada en culpar a alguien del desastre. Fui hacia el closet, no lo abrí con cuidado, aunque después me arrepentí cuando la luz de Diana no alcanzaba a iluminar el espacio entre la ropa.

Todas las telas me parecieron del mismo color, tomé la caja de madera al lado de mis zapatos. Era más pesada de lo que recordaba y me costó levantarla y dársela a Diana.

El interior era una desorden de anillos, pulseras, guantes, puñales del tamaño de un bolígrafo y dos arneses de pecho. Las correas de los arneses eran rígidas, los hilos de corantia se trenzaban junto a hilos de algodón, las correas no eran precisamente fáciles de ajustar pero Diana y Ricardo tenían que solucionarlo rápido.

—Pónganse esto —dije.

Ricardo estiró la mano, y al igual que Diana le costó encontrar el arnés, la luz que emitía la corantia no era suficiente para ellos.

Debía recordar que era la única que podía ver la luz de Diana.

— ¿Tiene corantia? —preguntó Ricardo.

—¿Te asusta más la corantia? —pregunte, en ese momento el peligro cancerígeno de la corantia había bajado en importancia y Ricardo lo entendió rápido.

Las correas de los arneses estaban corridas y ambos le quedaron grandes, pero dudaba que eso sería un problema.

—Quédate cerca de Diana —le dije a Ricardo.

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