Capítulo 5

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Estaba de pie frente al telescopio, no me atrevía a mirar, estaba asustada de encontrarme de frente otra vez con ella.

—No seas tonta —murmure. No era como si hubiese podido verme directamente. Lo mucho que ella pudo llegar a ver fueron las luces de mi apartamento encendidas.

A diferencia de mi, Ricardo sí estaba más entusiasmado. Era la primera vez que se había decidido a acostarse tarde para ver a la mujer salir de noche.

—¿Qué crees que haga de noche? —preguntó Ricardo.

Ricardo se mantenía quieto con los binoculares fijos en el apartamento 308. Todavía no sabía usarlos bien, si se movía le costaba volver a encontrar el objetivo.

Me incline sobre el telescopio. No mire el apartamento 308. Me moví hasta la ventana del apartamento 315.

La anciana seguía recostada en el sofá. Si no fuese por su perro seguramente habría muerto petrificada en su sala hace mucho tiempo.

El perro correteaba como era su costumbre. Acaba de comer y eso le daba fuerzas para ser un desordenado en potencia.

—No lo sé ¿trabajar? —supuse.

El perro se levantó y se estiró hasta apoyarse en el vidrio de la ventana. Tenía el rostro ladeado y fijo en mi.

«No seas ridícula» pensé. Ni el perro ni la mujer podían verme, aún así no me atreví a mirar de nuevo.

—Los trabajos nocturnos son ilegales —dijo Ricardo.

Recordé la sala del apartamento 308. Estaba dedicado completamente a la comodidad para jugar videojuegos, no era un hobbie económico.

—Y pagan más —aseguré.

Los trabajos nocturnos eran cotizados, peligrosos e ilegales. No estaba del todo segura si la paga justificaba el riesgo.

—No luce como si tuviera mucho dinero —dijo Ricardo.

—Tampoco luce como si tuviera poco —dije.

Ella podía tener incluso más de lo que aparentaba, y yo lo sabía. Mi propio apartamento podría ser una prueba.

Un hogar blanco, de líneas rectas y superficies casi desiertas.

Aun así, podía mantenerme encerrada en el apartamento, sin salir, y tener todas las comodidades que pudiera imaginar.

—¿Lo dices por experiencia? —bufó Ricardo.

Desde hace 4 años que nos conocimos por internet, es mi amistad más larga y un compañero de apartamento lo suficientemente molesto como para resultar algo entretenido, aunque más de una vez se volvió insoportable.

Él sabía, que el pago de su renta era solo un fondo que entraba a una cuenta mucho más grande.

—¿Por qué no estás viendo? —la pregunta de Ricardo hizo que girara mi rostro hacia él.

Ya no estaba mirando el apartamento 308, me estaba mirando a mí con el mismo interés que había presentado mientras espiaba.

—No me dejes solo ahora que estoy yendo por tu camino de voyeurismo —bufó él.

Me recliné en la silla. No podía decirle que tenía miedo de cruzarme con un rostro de frente. Se burlaría de mí.

Ricardo había prometido hacer mi vida entretenida dejando ciertos espacios de mi vida sin tocar y no lo había cumplido. Así que no podía confiarle mi orgullo.

—Supongo que estoy cansada —respondí.

No estaba segura de que fuese del todo una mentira pero «¿Cansada de qué?».

—Te escuché levantarte anoche —dijo Ricardo.

Sus palabras me sorprendieron. No esperaba que me escuchara, creí haber sido cuidadosa para no hacer ruidos fuertes, pero debí suponer que Ricardo aún no se había dormido. —¿Y? —pregunte.

Volví a inclinarme sobre el telescopio y esta vez sí lleve la mira al apartamento 308. Esta conversación me daba más miedo que encontrarme de frente con ella.

—Esperaba que me dijeras que hacías —dijo Ricardo.

No respondí. Solo miré, no tenía una mentira preparada para él.

—Se está yendo —vocifere.

La atención de Ricardo dejó de estar en mí y fue hacia el apartamento 308. No sabía que estaba aguantando la respiración hasta que sus palabras me arrancaron un aliento de alivió.

—Ya se fue —dijo— Podría verla irse todas las noches y jamás dejaré de sentirme asombrado.

Ricardo se apartó de la ventana y ambos nos miramos como si quisiéramos tener conversaciones distintas. Y estaba segura que era así.

—¿No sientes un poco de curiosidad? —preguntó.

Mi silencio hizo que la televisión se escuchara como si estuviera rozando volúmenes escandalosos.

La comentarista nombraba a los desaparecidos de la noche anterior. Esta vez el silencio era mucho más pesado. Las paredes blancas se ensombrecieron con la certeza de que 16 personas jamás volverían a casa.

—¿O miedo? — preguntó Ricardo.

—Es solo una persona que veo. Cuando desaparezca habrá otra persona para ver —respondí.

Y una vez más Ricardo me sorprendió, sus ojos negros bajaron tanto que enviaron todo su rostro hacia abajo, y la luz blanca que rebotó del suelo hizo que su piel se viese pálida.

—¿Así seré yo? —murmuró él— ¿Otro amigo en tu computadora que desaparecerá cuando se vaya a hacer su vida?

No sabía el miedo que me daría escuchar su nombre de la comentarista. Hasta que imagine la foto de mi sonriente amigo aparecer en pantalla.

Aunque seguramente ni lo vería, la única razón por la que la televisión estaba encendido era porque a Ricardo le gustaba el ruido de fondo.

No me atreví a responderle, no era necesario. Un beso en mi frente hizo que la tensión se deslizara fuera de mi rostro.

308Donde viven las historias. Descúbrelo ahora