Capítulo 26

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La fachada de la casa blanca de la mamá de Diana era simple, una puerta y tres ventanas, dos para el piso de arriba y una para planta baja.

Todo cerrado daba la impresión de que no había nadie pero Diana no daba señales de que la casa estuviese sola.

Toqué la puerta y por un momento me detuve a pensar en el aspecto que teníamos, nadie había tomado un baño decente desde el día anterior, habíamos corrido, sudado y dormido con la misma ropa, el desayuno fue café y pan, sin contar la revolcada que se había dado Diana, aunque su cabello estaba mucho más presentable que el mío, su ropa estaba más sucia.

Yo no abriría la puerta si viera a tres personas como nosotros.

No sabía que esperaba ver al otro lado, pero lo primero que pensé cuando la puerta se abrió fue en que ahora entendía de dónde habían salido todas las pecas de Diana.

No había arruga que no tuviera pecas, eran mucho más claras que las de Diana. Incluso toda ella lucía más opaca, piel y sus ojos translúcidos, se podía ver las venas verdes de los brazos adaptarse a la textura de la piel, el cabello blanco mantenía cierto tono naranja pálido en la raíz de la coronilla.

—Hola —dijo Diana.

Por la forma en que se había peleado con su hermano creía que era incapaz de hablar con su mamá, pero, aunque estaba más entera y tranquila que cuando tuvo que hablar con Patrick, no estaba del todo cómoda. Apenas era capaz de mirar el rostro de su madre.

—Hija —Su voz era pausada y tranquila, por un momento pensé si mi madre también hubiese lucido tranquila y deslavada de vieja —¿Amigos?

También tenía tranquilidad y calidez para nosotros. Era sorprendente que no estuviera temerosa por nuestro aspecto, solo parecía ligeramente preocupada.

—Algo así —dijo Diana.

Ella nos dejó espacio para pasar. El perro fue el primero en entrar en confianza oliendo todo lo que se presentaba por delante. Me relajo que estuviese calmado, pero también había estado calmado cuando vimos a Patrick.

Adentro la casa tenía mucha más personalidad. Las paredes estaban llenas de cuadros familiares, podía diferenciar a Diana en cada uno de ellos en diferentes etapas de su vida. Las paredes seguían siendo blancas pero los muebles rosados y las fotografías daban color.

Había una escalera a la izquierda, a la derecha la cocina, el espacio estaba unido a la sala y detrás de la isla salió una mujer ligeramente mayor que Diana y yo. Estaba vestida con pantalón holgado y camiseta gris claro, tenía apariencia de uniforme.

—Me llamo Ricardo —se presentó él. Estaba sonriente y era el único que parecía realmente cómodo.

Eso hizo que la madre de Diana sonriera.

—Un gusto, pueden llamarme Scarlet— Mire con más atención sus fotografías y sus ojos. En las fotos de su juventud sus ojos parecían tener más color, pero no podía estar segura, además era bastante mayor, mi padre siempre me había contado como los de nuestra clase vivían menos por su exposición a la corantia, pero puede que la mujer frente a mi nunca haya estado expuesta.

También puede que haya perdido visión de generación en generación y sí pertenezca a la rama familiar de ojos azules.

Creía que toda la diarrea mental que estaba teniendo en ese momento se reflejaba en mi cara porque la señora Scarlet me miró afligida de los pies a la cabeza. Supongo que también le parecía raro que me aferrara a un palo brillante.

—¿Pasa algo? —preguntó la señora Scarlet.

Ricardo asintió y Diana prefirió mirar el suelo. Yo seguía estando de piedra.

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