Capítulo 20

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Los cortes eléctricos no eran habituales pero tampoco completamente ajenos y las luces de emergencia me hacían querer irme a dormir, pero Ricardo se había postrado en la entrada del pasillo y no dejaba que nadie se alejara lo suficiente como para ignorar sus preguntas.

Incluso Caperucita se había sentado al lado del sofá y lo miraba con la cara ladeada.

—¿Cómo es que ahora son tan amigas? —preguntó Ricardo.

Diana estaba en la cocina cortando tomates y comiéndoselos con sal. No estaba segura de que tan sabroso estaba pero ella tenía una expresión relajada que la hacía ver más joven que yo.

—No somos amigas —respondí.

—No quiero ser su amiga —respondió Diana.

Ricardo no se mostró complacido con la respuesta y prefirió volver su atención al tema que parecía divertirle más.

—¿Entonces? ¿Ves fantasmas? —Ricardo me señaló con el dedo y trate de despejar la incomodidad moviendo los dedos de mis pies.

La luz amarilla de emergencia hacía que la piel morena de Ricardo luciese como arcilla y marcaba líneas de expresión que no había antes, sentí que un viejo me estaba juzgando.

—Y demonios —agregó Diana.

Sacudí la cabeza en negación, no me gustaba el tono de voz que ambos estaban usando, tenían un matiz de asombro que me hizo mover aún más los dedos. No me gustaba nada sentirme como una novedad.

—Solo es otra realidad que coexiste con esta —dije rescatando las explicaciones que me decían mis padres. Ni la luz de emergencia pudo ensombrecer el brillo de los ojos oscuros de Ricardo y antes de que dijera algo más le lance ;las palabras que bajaron su emoción —No, Ricardo, no es un multiverso tampoco otra dimensión. Son solo películas.

Ricardo frunció el ceño, le hubiese gustado mantener su teoría mucho más tiempo y lo intentó preguntando: —¿La Ouija pasó?

—No es esotérico. Ustedes tienen tres conos en los ojos, ven como un millón de colores con eso. Los de mi clase tenemos cuatro, por eso vemos más cosas —dije.

Pero Diana tampoco parecía querer dejar de lado la fantasía que solía rodear a los de mi clase.

—Mi mamá me dijo que fue porque unos ángeles besaron los ojos de 7 hijos de Adan para ayudar a Dios en la lucha contra el mal —dijo ella.

—¿Eso es verdad? —preguntó Ricardo.

Quise darle una cachetada a ambos y en su lugar golpee el espaldar del sofá.

—Tan real como que la mujer salió de la costilla de un hombre —le dije a Ricardo y le señalé hacia Diana —Deja de molestar con historias pendejas

—Si ustedes están dotados ¿por qué no ayudan con los desaparecidos de la noche? —preguntó Ricardo.

Mire hacía la ventana. La falla eléctrica dejaba ver el brillo de las estrellas. Era una noche bonita, calmada, totalmente lo contrario al interior del apartamento. La luz de emergencia lanzaba una luz amarilla intensa que se tragaba la tranquilidad de la noche.

No me pregunte cuántos había desaparecido en una noche tan bonita como aquella.

—No es nuestro problema —respondí.

—Claro, no es como si hubieses pasado toda tu vida encerrada por eso —al menos la ironía de Ricardo le había devuelto la cordialidad y sus hombros delgados bajaron la tensión.

—Que valiente puede ser el comentario de alguien que acaba de descubrir que el agua moja —dije.

Ricardo lanzó una exaltación que parecía un chillido indignado.

—Es que nosotros como que los encerramos ¿matamos? No estoy muy segura de los detalles —dijo Diana volviendo a la nevera para sacar otro tomate.

—¿De verdad? ¿Por qué? —preguntó Ricardo. Él comenzaba a alejarse de la entrada del pasillo y sentirse lo suficientemente cómodo con Diana, como para quedarse en el espacio entre la sala y la cocina.

—A alguien hay que culpar — respondió Diana.

Volví a sacudir la cabeza

—No es tan así —dije —La mayoría de nosotros apenas podemos defendernos de lo que no se ve, como para ponernos a defender a la humanidad o algo así.

— ¿Y los hombres qué? ¿Y el anillo qué? —Ricardo plantó una sonrisa enorme que me resultó inquietante —¿Me dará poderes?

—Más bien hará que te corten el dedo —incluso diciendo algo que Diana sabía que podía ser posible, ella no dejó de lado la ligera diversión de su voz, por eso no me sorprendió que Ricardo no se lo tomará tan en serio.

—Me gustan mis cinco dedos —dijo él.

Y una vez más era yo la que debía de borrarle la emoción.

—En el anillo no solo hay oro, también corantia, un metal raro que se adapta muy bien a la forma. Esos anillos son herencias familiares y están diseñados para permanecer en el dedo hasta la muerte.

Después de mis palabras Ricardo miró el anillo y casi podía ver el repaso mental que estaba haciendo de su closet para asegurarse de combinar.

—Al menos no está feo —dijo él.

—La corantia también es cancerígena —dije.

Ricardo abrió los ojos y alejó la mano de su cara, ahora sí parecía tomarse con seriedad las palabras de Diana.

—Pues si no los matan, entre ustedes se matan solos —chillo Ricardo —¿Cuándo me lo van a quitar?

—Mañana saldrás con Joana a un joyero —dije —Era amigo de mi papá. Tratará de salvarte el dedo.

No estaba segura de si estaba siendo buena amiga, dándole una esperanza pero ya le había roto demasiadas ilusiones en menos de una hora.

—Quiso decir saldremos —agregó Diana.

—No —impuse. Ya habíamos tenido esa conversación en el baño y no quería dejar que la trajera otra vez de regreso.

Pero la luz de emergencia parpadeo, pensaba que la electricidad había sido restablecida pero no. El parpadeo me hizo forzar la mirada y notar que la luz de Diana se incrementó, era tan fuerte que no dejaba ver la cocina a sus espaldas y eso no se veía muy prometedor.

La luz parecía amenazante, como si hubiese optado por una posición defensiva para proteger a Diana.

—¿Estás viendo un fantasma? —preguntó Ricardo.

—No necesariamente —respondí.

Diana siguió la dirección de mi mirada y giró creyendo que estaba viendo algo detrás de ella. Al girar, la luz giró con ella y pude ver de qué la estaba protegiendo.

No era una sombra, como la que entró cuando Ricardo abrió la puerta. Eso tenía mucha más forma, un rostro grotesco y chorreado como si los huesos de los hubieran sacado por la boca y sus músculos golpeados con un mazo de aflojar carne.

—¡Corran! —grite. Caperucita ladro.

Diana fue la primera en moverse.

—¿Hacia dónde? —preguntó Ricardo.

Nadie respondió, todos me siguieron y el camino hacía mi habitación me pareció excesivamente largo. Escuché un grito a mi espalda, no sabía si era Diana o Ricardo. No tuve tiempo para mirar cuando mis manos se cerraron sobre la vara de combate y la luz de emergencia se apagó.

308Donde viven las historias. Descúbrelo ahora