Capítulo 39

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Mientras avanzaba miraba el cuello de Diana, estaba comenzando a enrojecerse y las pisadas iban cada vez más pausadas. El esfuerzo por cargarme en su espalda era notorio, y me resultó divertido poder valerme de su rechazo hacia Adora para tenerla con los labios apretados y las mejillas infladas de disgusto.

—¿Te estoy pesando verdad? —murmure cerca de su oído.

Sus brazos me apretaron con fuerza, casi sentí que se esforzó por no tropezar y mantener la marcha a Adora, ella nos guiaba a la habitación que me habían dado.

—He estado inclumpliendo mi rutina de ejercicio —se excuso Diana.

Podía haberlo dejado hasta allí, pero luego de la decepción encontraba comodidad y calidez en Diana y en cualquier cosa que pudiese decirme, sobre todo si era divertido.

—Adora me llevó hasta el estacionamiento sin pestañear —continúe.

Diana rodó los ojos e hinchó aún más las mejillas para lanzar un bufido molesto. Su gesto bordaba la infantilidad y casi me empujó a plantarle un beso en la mejilla, el impulso lo mitigue y termine apretando más el cuerpo de Diana.

—¿Desde cuando hablas tanto? —refunfuñó ella.

—Desde que estás celosa —respondí.

Diana sacudió la cabeza negando, pero podía notar el nacimiento de una pequeña sonrisa. Al llegar a la habitación note que estaba más cercana a la salida de la casa, podía alcanzar a ver algunas sillas dispersas del comedor.

La habitación era ligeramente más grande de lo que había notado de la habitación de Ricardo y Diana. Tenía estantes vacíos y un espejo de cuerpo entero colgado en la pared contraria a la cama, al lado de la puerta estaba colgaba una cadena metálica que salía del techo y no parecía llegar a ningún lado.

Olía a que había sido limpiada recientemente y que nadie había dormido aquí en años. Diana me dejó sobre la cama, mucho más brusca de lo que había sido Adora. Podía ver la dicha que estaba intentando ocultar de verse liberada del peso que apenas podía soportar.

Ella dio respiraciones profundas, recuperando el aliento mientras miraba a Adora con suspicacia. Trate de no perder la imagen imparable que había tenido de Diana mientras encaraba a una Adora más estable.

—¿No te vas a ir? —preguntó Diana.

Adora inclinó la cabeza, daba la impresión que estaba teniendo una conversación intensa consigo misma.

—¿Acaso sabes el camino? —pregunto Adora.

Diana se encogió de hombros y se quitó los zapatos acomodándose en la cama con descarada naturalidad.

Adora no hubiese lucido más desinteresada de haber podido, incluso su cuerpo completo estaba dirigido hacia la puerta, esperando irse lo más rápido posible.

—Sí necesitas ir al baño o algo toca la campana —vociferó Adora señalando la cadena.

—¿Vendrás tú? —preguntó Diana.

Y esta vez Adora sí la miro, toda su atención se fue a la mujer acostada a mi lado. Había algo en sus ojos púrpuras que parecían encerrar la luz y la oscuridad en partes iguales, no era exactamente amenazante pero tampoco amigable.

Hasta ese momento Adora se había equilibrado entre el desinterés y la amabilidad. Y por primera vez me preocupé de estar aquí, estaba en una casa llena de personas entrenadas con mucha más rigurosidad de lo que yo lo había sido. Más que personas eran guerreros y yo era la extraña cobarde, incapacitada para defenderse con amigos igual de incapaces, aunque de haber problemas Diana sería la única capaz de salir en una sola pieza.

308Donde viven las historias. Descúbrelo ahora