Capítulo 31

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Lo primero que me di cuenta al despertar era que estaba haciendo mucho calor para ser temprano. Tenía más pinta de estar más cerca del mediodía que de las primeras horas de la mañana. Las bolsas de dormir a mi lado estaban vacías.

El calor me hizo sacarme la tela de encima y girar hacía el ruido que estaban haciendo Ricardo y Diana. El auto estaba con el capo arriba, el perro recostado bajo la sombra que hacía y ellos a un costado, dándose patadas y puños, aunque parecía que Ricardo era el que recibía todos los golpes.

—¿No íbamos a salir temprano? —vociferé levantándome.

El círculo de sal seguía allí con el rastro cortado que había visto la noche anterior.

—Queríamos que descansaras un poco más —respondió agitada Diana, se deslizaba continuamente hacía atrás, haciendo que Ricardo tuviese que ir hacia adelante lanzando puños y conectando con el aire mientras luchaba por mantener el equilibrio.

Por un momento me sentí reconfortada de darme cuenta que no era el eslabón más débil del grupo.

—No te parece que estás siendo muy ruda— dije.

No terminaba de agradarme del todo el retraso, pero no estaba tan molesta, no sabía si era porque aún no terminaba de despertar del todo o porque era consciente que no había forma de arreglarlo.

—¿Crees que los fantasmas van a hacer tiernos? —bufo Diana.

Lo inevitable pasó. Ricardo tropezó con sus propios pies y lo único que evitó que golpeara la cara con el suelo fueron sus manos.

Ricardo no se levantó de inmediato, se quedó sentado en el suelo tratando de recuperar el aire y secándose el sudor de la frente con la camisa.

—¿Por qué no lo hacen entre ustedes? —preguntó Ricardo. El bochorno que sentí por su pregunta me despertó de golpe. Las mejillas de Diana estaban sonrojadas, pero preferí creer que era por haberse movido.

Ricardo pareció haberse escuchado a sí mismo por primera vez en su vida y se apresuró a agregar: —Pelear — su voz fue casi un grito apresurado, luego se volvió a escuchar y parecía no estar tampoco contento con su aclaración.

—Entrenar —agregó Ricardo.

No me llamaba la atención entrenar ni pelear con Diana, no tenía ninguna duda existencial de medirme con Diana, no importaba si seguía petrificándome de miedo cuando era la única del grupo que realmente podía hacer algo contra los fantasmas.

—No —sentencie. Quería desayunar y me dijeran que ya podíamos arrancar.

—A mí sí me gustaría —dijo Diana. Me sorprendió ver cierta emoción contenida en su rostro, su diversión me relajo un poco, solo lo suficiente para mantenerme aún fuera del enojo porque no veía aún movimiento para irnos —Me gustaba hacer los torneos.

Lo más cerca de un torneo de algún arte marcial o lucha era mirar los juegos en las Olimpiadas, así que no tenía ni idea de lo que estaba hablando, aún así no me fue complicado vestir la imagen de la Diana adolescente de las fotografías con un kimono de esos que veía en los juegos.

Lo poco que recordaba de esos juegos era que todo parecía bastante controlado. Mi entrenamiento fue todo lo opuesto, mi padre logró sacar sangre una que otra vez, dudaba mucho que las explosiones de fuerza desmedida hubiesen sido parte de la educación de Diana.

Luego recordé la forma en que peleó con el Jinete. Había hechos movimientos fluidos pero todos contenidos, parecía que había pensado cada golpe antes de hacerlo, había parecido más a un juego de ajedrez que a una pelea desenfrenada.

308Donde viven las historias. Descúbrelo ahora