Capítulo 2

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BRENIN

Un mes después.

La brisa agita suavemente mi cabello, se puede escuchar a los pájaros comunicarse entre ellos con sus cantos, los grillos igualándolos en el pasto que nos rodea y mis sentidos totalmente alertas como sucede cada vez que la tengo a ella cerca.

Aurora.

Tan pequeña, tan frágil, tan llena de vida. Sentada en el medio de una manta junto a su madre en medio de nuestro jardín trasero rodeadas de los juguetes de ella. Con los rayos del sol reflectando en sus cabezas rojizas y sus sonrisas.

Jamás pensé que podría llegar a ver a Isabella tan feliz, ya que cuando llego a la manada de Fabian todo en ella irradiaba tristeza. Sabía que se sentía sola y perdida, que necesitaba un empujón para lanzarle a vivir la vida. Aún recuerdo las noches que la escuchaba llorar, murmurar el nombre de Christopher en sueños, pero poco a poco comenzó a brillar y descubrirse a ella misma lejos de todos los prejuicios y miedos inculcados en su mente.

Aún recuerdo cuando la diosa luna apareció en uno de mis sueños, contándome sobre ella, exigiéndome ir en su busca porque me necesitaría. ¿Por qué me eligió a mí? Sigo preguntándome lo mismo. Quizás vio dos almas rotas y decidió que ambos podríamos ayudarnos a sanar. No lo sé, lo único que agradezco es que aquello haya sucedido, porque esa testaruda mujer es una parte fundamental de mi vida.

Ambos supimos entendernos, hacernos compañía y darnos apoyo.

Y el poder verla ahora convertirse en madre y ser amada por el hombre que, si bien años atrás fue un imbécil, ahora besa el suelo por donde ella camina y la pelirroja no merece menos que eso.

Un chillido de Aurora me devuelve a la realidad y mis ojos se desplazan hacia ella con rapidez, pero aun me mantengo en mi lugar; de brazos cruzados y apoyado en la corteza de un árbol, entre la oscuridad del bosque pasando totalmente desapercibido o al menos eso creo hasta que veo una pequeña mancha pelirroja gatear lo más rápido que puede en mi dirección.

Agacho la cabeza riendo y negando antes de salir de mi escondite acercándome a ella.

Lo que menos quiero es que entre en esta parte donde el pasto ya no es tan suave y dañe sus manos o rodillas.

–Te encontró –la voz de Isa llega a mis oídos–. Siempre lo hace.

–Sí –respondo caminando rápido hacia el inicio de la arboleada e hincándome, viendo como su hija gatea y balbucea con una sonrisa en su rostro hacia donde encuentro–. No sé como lo hace, pero siempre me descubre.

Llega hacia donde estoy soltando una linda carcajada llenándome el pecho de esa calidez que solo ella logra darme, apoya sus manitas en mis rodillas logrando que mis músculos se tensen brevemente y se coloca de pie comenzando a dar pequeños saltitos en su lugar viéndome. O al menos lo intenta, porque sus pies no se despegan del suelo quedando solo el movimiento del rebote.

Le sonrío estirando una mano y acercándola a su cabeza para acariciar su suave cabello que se encuentra amarrado en dos coletas.

–Hola hermosa–susurro para ella–. ¿Cómo estás? ¿te diviertes?

Balbucea sin borrar la sonrisa de su pequeño rostro y sus ojos azules como el mar me miran detenidamente, sus bracitos los estira hacia arriba dándome una clara señal de lo que quiere, pero dudo. Un escalofrío me recorre el cuerpo y puedo notar como su ceño se frunce ante su insistencia y mi ignorancia.

–Vamos tómala –me anima Antón–. Lo está pidiendo, no la dejes así.

–Solo... dame un momento.

RecházameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora