Capítulo 13

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BRENIN

Un año después.

Era un cobarde.

Joder, jamás me mi vida me había intimidado con algo o huir de alguna situación, pero ahora eso era exactamente lo que hacía.

O más bien, venia haciendo desde hace un año.

Desde su cumpleaños.

Más específicamente desde esa caminata a la cascada.

–Eres un cobarde –Antón volvió a decirme por millonésima vez–. Ambos sabemos de lo que ella ha querido hablar, pero te alejas.

–No puede ser posible, simplemente no puede ser.

Murmuré mientras caminaba por el sendero hacia la mansión. Aurora me había enviado un mensaje preguntándome a que hora llegaba, pero no le respondí.

–¿Por qué no? Siempre nos hemos sentidos cómodos con ella –ronroneó–. Además, me encanta el olor a maracuyá.

Esa fue la señal más obvia de lo que sucedía, su aroma.

En como ese día admitió usar cosas con olor a vainilla, pero nada más. Y fue cuando lo supe.

Cuando todas las pistas se conectaron y llegué a la conclusión que logró desestabilizarme.

–Simplemente no se puede, quizás no sea cierto y solo es un idea de ella... quizás lo idealiza al estar junto a ella siempre... –suspiré con irritación–. No podemos ser nosotros.

–¿Por qué no? Si nosotros la queremos.

Negué y cerré mis ojos unos momentos.

–No la merecemos –concluí–. Ella es todo pureza y nosotros... somos todo lo contrario.

Pero sabía que la heria con mi actuar, el cual ha cambiado.

He intentado mantenerme lejos de ella o al menos lo más posible, pero me es casi imposible hacerlo. Por que cada vez que la veo...

–Mira... ¡ahí está! –Antón rompe mis pensamientos.

Enfoque la vista y pude notar como era totalmente cierto lo que decía, Aurora se encontraba en el patio trasero de la casa en posicion de indio mientras flotaba levemente en el aire.

Me quede de pie embobado viéndola, como siempre lo he hecho. Viendo como sus rizos anaranjados se mecen con el viento, sus mejillas coloradas por el sol que da en ellas y su semblante sereno.

–¿Cómo pudiste verla? –pregunté sin apartar los ojos de mi pelirroja–. Yo no estaba viendo hacia allá.

–La sentí –murmuró–. Ahí tienes otra señal.

Bufé y me apoyé contra un árbol cruzando los brazos sobre mi pecho mientras la veía. Últimamente siempre la encontraba aquí, en el patio levitando; conectándose con el bosque.

Avancé de apoco hacia ella, intentando que no me escuchara para desconcentrarla, pero siempre fallaba.

–Sabes que puedo escucharte, ¿cierto? –su voz aterciopelada llego a mis oídos.

Medio sonreí y continúe avanzando hacia ella.

–Como siempre –respondí quedando a unos pasos de ella viendo como abría los ojos y desdoblaba las piernas para quedar de pie–. ¿Cómo estas roja?

–Bien ¿y tú? –pregunto secamente mientras caminaba lejos de mí e iba a su mochila a unos metros más allá–. ¿A qué debo el honor de que te hayas acercado?

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