Capítulo 40

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BRENIN

Corté el último tronco y solté un suspiro mientras apilaba ambas partes junto a la ruma.

Tiré el hacha hacia un lado, estiré mi espalda que ya se encontraba tensa debido al esfuerzo fisico y apoyé mis manos en mis caderas inhalando hondo mientras miraba hacia el cielo cuando otra comezón me recorrió el cuerpo.

–Joder...–murmuré cerrando los ojos unos segundos.

–Te dije que no ayudaría en nada –Antón ronronea–. Está cerca y mientras más se acerque más intenso será.

Limpie el sudor que sentí correr por mi frente con la palma de mi mano y me revolví el cabello respirando hondo.

Sabía que tenía razón, que no había forma de escapar de esto por más que mis planes hubieran sido ir lento y tomarnos nuestro tiempo; no había escapatoria del suceso que nos llevaría a avanzar los miles de pasos que quería recorrer lento y con calma.

Su celo.

–¿Cuánto tiempo crees que tenemos aún? –pregunté abriendo los ojos cegandome con el sol.

–No lo sé, un par de horas.

–Tendre que hablarlo con ella –suspiré viendo hacia la casa–. Porque estoy seguro que ella ya lo notó y está aguantando todo sola.

–Sí, creo que deberías.

Asentí a la nada y me encamine a la ventana corrediza que aún se mantenía abierta, camine hasta el sillón y tomé la camiseta que habia dejado antes de salir pasandomela por la cabeza para vestirme, pese a que el cuerpo me pedía no tener nada encima.

Caminé por el pasillo hacia la habitación principal y me adentré sin siquiera tocar la puerta, recorrí con la mirada el lugar, pero no habia rastros de ella así que supuse que aún seguía dentro del baño pese a no escuchar el agua correr.

Camine hacia la puerta e inhalé hondo detectando levemente la esencia de maracuyá que amaba trás la puerta. Alce una mano y con los nudillos toque sutilmente.

–¿Roja? –pregunté agudizando el oído.

Una especie de chillido se escuchó dentro y mi ceño se frunció llevando directamente mi mano hacia el picaporte.

–¡No entres! –escuché y fruncí aún más las cejas

–¿Todo bien? –pregunté sin soltar el picaporte, dentro se escuchaba como un cajón se abria–. ¿Roja?

El corazón me latió con prisa cuando un suspiro de panico se esparció por mi cuerpo y supe que no era mío, provenia de ella.

–Voy a entrar –anuncié.

–¡NO! –gritó, pero era tarde.

Ya habia abierto la puerta y su figura apareció justo frente a mí dejándola paralizada. Sus hermosos ojos color cielo me observaban fijamente, pero los míos se desviaron instintivamente a la jeringa que tenía en la mano incrustada en uno de sus glúteos.

–¿Qué es eso? –pregunté acercándome un paso.

–Y-yo...–balbuceó–. Uhm...

–¿Uhm? –la imité llegando junto a ella.

Sus ojos abiertos como una gacela en peligro y me detuve para contemplarla, con el cabello suelto y mojado cayendo por sus hombros cubiertos por una bata de seda de las que habia robado de sus cosas de la mansión para traerla aquí.

–Roja –insití.

–Una inyección –murmuró en voz baja–. Anticonceptiva.

Alce las cejas y bajé la vista hacia la inyección que aún mantenía el líquido dentro, porque la interrumpí antes de que lo hiciera.

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