Capítulo 32

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AURORA

La puerta es abierta frente a mis ojos y una mano me empuja desde la espalda obligándome a entrar en el cuarto del cual he estado yendo y viniendo por los ultimos tres días.

–Tienes una hora –la voz de Derek viene desde mi espalda antes de que la puerta se cierre de golpe.

Trago saliva y camino hacia la pared donde el Alpha Caleb está amarrado de pie. Mis ojos recorren cada rincón de su cuerpo intentando descifrar por dónde comenzar, tiene heridas por cada centimetro de su anatomía y a eso también hay que sumarle las heridas viejas que nunca logran sanar completamente.

Me acerco quedando a pocos pasos de él y alza la vista conectando su mirada con la mía.

–Hola Aurora –medio sonríe con esfuerzo–. ¿Qué tal el día?

Su respiración es superficial, sus ojos están inyectados en sangre y se nota a leguas el cansancio que ya tiene físicamente. Me duele el corazón por él, por todo lo que ha tenido que aguantar en este plan de desquiciados que solo les importa el poder.

–Igual que todos –respondo con una sonrisa–. ¿Donde duele más?

Sus ojos bicolor conectan con los míos y una pequeña sonrisa tira de sus labios. Dejo el maletín en el suelo comenzando a buscar lo nada que me queda de hierbas para poder hacer el unguento que he estado aplicando en las heridas más graves y comienzo a sacar todo lo demás también.

–En todos lados –hace una mueca de dolor cuando tose–. De hecho, creo que me rompieron una costilla.

Mis ojos se abren de golpe ante aquello y me coloco de pie en un segundo revisando la zona.

–¿Dónde? –pregunto agudizando lo más que puedo la vista ya que no hay mucha luz aqui dentro–. Necesito palpar la zona ¿sí? Avísame si duele mucho.

Con sumo cuidado comienzo a palpar la zona del pecho y desciendo intentando determinar si de verdad tiene alguna costilla rota, porque de ser así las cosas se complican más para él.

La ilusión de que no tenga cruza por mi cuerpo, pero rapidamente se esfuma cuando mis dedos tocan una protuberancia y él se queja de dolor.

–Nooo –suspiro con pesar–. Sí tiene rota una costilla.

–Lo sentí... tranquila –me calma, pese a estar él en un estado deporable–. Mejor dime, ¿Te han dejado salir?

–No –respondo agachándome a recoger las cosas aún con la molestia de su costilla–. Me mantienen en un cuarto hasta qué debo venir aquí.

Suelta un suspiro y vuelve a toser.

–Lo siento pequeña.

Lo miro extrañada por un momento colocándome de pie.

–¿Por qué lo siente? –comienzo a limpiar las heridas con desinfectante yodado–. Nada de esto es su culpa.

–En parte sí lo es...–vuelve a toser–. Por mí te capturaron, para poder cuidarme así que en cierto sentido sí soy culpable de que estés aquí.

–No –aseguré–. No es culpa suya nada de esto, todo es culpa de ellos y su sed de poder innecesaria.

–Lo sé pequeña, pero aún así...

Lo miré por unos segundos contemplando su tranquilidad, el aura que emanaba y la sabiduría con la que a veces me hablaba lo cual siempre me sorprendía porque por lo que sabía él era casi de mi edad, me pasaba por un par de años solamente.

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