Capítulo 8

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AURORA

Mantengo entre mis dedos el dije que cuelga de mi cuello, lo paso de uno a otro jugando con él, sintiéndome cerca de él, mientras veo oculta por la ventana al hombre que me lo regaló.

Lo tenido desde mi primer año de vida, si bien permaneció oculto a mi vista hasta que cumplí 5 años y tuve la consciencia suficiente para no tirar de el y romperlo, jamás me lo he quitado.

Es mi objeto más preciado.

Mis ojos no pueden dejar de ver al magnifico hombre que se encuentra entrenando en nuestro jardín, mi corazon late con fuerza y mis mejillas se encuentran sonrojadas desde que se sacó la camiseta dejándome ver parte de su cuerpo.

Y no es como si nunca lo hubiera visto antes, lo he visto innumerables veces sin ella.

Pero siempre mi cuerpo reacciona de esta manera.

Y la razón es simple, el es mío.

Lo sé, siempre lo he sabido. Que el me pertenece y que yo le pertenezco a él.

Desde pequeña mi cuerpo y mente me lo decían, siempre quería estar junto a él, sentirme rodeada de su aroma, de su calor, de todo lo que lo involucra y a pesar de que siempre se lo he dicho, estoy segura de que él no le toma el peso a mis palabras.

Debe creer que soy solo una niña con ideas locas. Que seguramente tengo alguna especie de crush por él, pero no es así.

Yo sé que somos pareja, que una vez cumpla mis 18 nos perteneceremos por siempre. Simplemente debo hacerlo ver y entender que es así.

–¿Qué haces? –un chillido se me escapa y brinco en mi lugar cuando la voz de mi madre susurra directamente en mi oído.

Llevo una mano a mi pecho y me alejo de la ventana.

–Nada, solo... –finjo acomodar la cortina–. Veía como estaba el clima fuera.

Me mira como si estuviera loca y luego ríe mientras se acerca al ventanal.

–Ah ya entendí –murmura con una sonrisa ladeada–. Más bien disfrutabas de lo que el clima provoca en la gente.

–No sé de que hablas –me encogí de hombros mientras me unía a ella para seguir viendo al hombre sudoroso–. El clima es bastante agradable.

–Lo es–concordó conmigo–. ¿Cuándo se lo dirás?

Mi corazon pegó un brinco y voltee hacia ella con los ojos bien abiertos.

–¿De que hablas?

–De lo que realmente son.

Mi respiración comenzó a agitarse y mis manos a sudar.

–Y-yo... –tartamudeé sin saber que decir.

–Hija se te olvida que mi madre es la Diosa luna, ósea, que lo sé todo –sonrió estirando una mano para acariciar mi cabello–. Además, he visto como lo miras desde que cumpliste los 14 años, esa mirada no se le da a cualquier persona.

Negué con los nervios creciendo en mi cuerpo, si ella lo sabía, quizás papá también.

–¿Papá lo sabe?

–Oh no... –negó mientras reía–. Eso te lo dejo a ti, yo solo intervendré si es necesario, pero lo dudo.

Asentí relajándome ligeramente antes de volver a ver a Brenin.

–Entonces, ¿Qué harás?

–No lo sé... –me encogí ligeramente–. Yo lo he sabido desde siempre, desde pequeña –una pequeña sonrisa se formó en mis labios ante los recuerdos–. Pero sé que el no se siente igual, que cada vez que se lo he dicho lo toma como chiste porque siempre me verá como la hija pequeña de su mejor amiga.

RecházameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora