Decido saltarme algunas clases y dirijo mis pasos al gimnasio. Al entrar, encuentro a Savas frustrado, golpeando la pera de boxeo. Está agitado y sudoroso, pero se detiene en seco cuando me ve.
—¿Qué pasa? Creí que te vería más tarde —dice, su voz tensa.
Suspiro, sintiendo que la tensión en el aire se espesa.
—Me encontré con Nazli y me dijo lo de tu padre. ¿Por qué no me lo dijiste?
Él frunce el ceño, su expresión se torna desafiante.
—¿Cómo querías que te lo dijera? Me dejaste por una absurda discusión.
—No te dejé, solo necesitaba espacio. Ahora estoy aquí. Habla conmigo, Savas.
—No voy a seguir teniendo esta conversación. Te veo en tu cita.
—La cancelé.
—¿Por qué? —Enarco una ceja, su sorpresa es palpable.
—Porque sé que algo te pasa y quiero que confíes en mí. Puedes decirme lo que sea; quiero entender.
Savas aprieta los dientes, la rabia brilla en sus ojos.
—No lo quieres saber.
—Sí, puedo soportarlo. Quiero entender.
—¿Qué quieres entender? ¿Quieres entender que soy un asesino? ¿Que estuve en prisión? Mi padre vino a recordármelo.
Mi expresión cambia radicalmente, un escalofrío recorre mi espalda y doy un paso atrás. Los ojos de Savas están rojos, conteniendo las lágrimas.
—Tenía miedo de que te fueras cuando te enteraras. Temía que te decepcionaras de mí.
Me acerco hacia él, coloco mis manos en su rostro, buscando que sus ojos se encuentren con los míos.
—Mírame. Mírame, por favor. Aquí estoy, no iré a ningún lado. Te lo prometo.
Él levanta la mirada, la desconfianza brilla en sus ojos.
—No hagas promesas que no vas a cumplir.
—Vamos a casa.
Me mira un momento y finalmente asiente. Salimos del gimnasio y comenzamos a caminar. La tensión es palpable; cada paso se siente como una carga. Al llegar, Savas se dirige a su habitación y cierra la puerta tras de sí. Lo sigo, pero él me ignora, su silencio me hiere.
—Tenemos que hablar —digo, con la voz temblando.
Él se da la vuelta y se lleva las manos a la cabeza, su desesperación es evidente.
—No, no tenemos que hablar. Ve a terapia, Faith. Necesito estar solo.
Me planto frente a él, decidida.
—Escucha con atención: no me importa tu pasado. No estoy decepcionada de ti, y nada que hagas va a cambiar eso.
Se sienta en la cama, los puños apretados, sus ojos amenazan con derramar lágrimas.
—No fue mi intención. Nunca lastimaría a nadie. Era vacaciones. Fui a visitar a mi familia y unos viejos amigos hicieron una fiesta. Bebí de más, y de regreso en el auto venía con una chica, su nombre era Rory. De pronto perdí el control. Tuvimos un accidente. Rory murió al llegar al hospital. Mi padre, el gran señor, hizo un acuerdo con el fiscal: si me declaraba culpable, solo pasaría un año en prisión. La gente del pueblo lo tomó mal. Todos decían que debí ser yo quien murió en el accidente, no Rory.
Siento que mi corazón se detiene. Temo que las palabras no salgan de mi boca.
—Fue un accidente, y pagaste por eso —le digo, extendiendo mi mano hacia él.
Se levanta bruscamente, su frustración rebosante.
—No lo hice. El acuerdo fue darle dinero. Por eso estuve solo un año.
—No importa cuántos años estuvieras en prisión. Rory no va a revivir por eso.
—Si Nate pudiera ir a la cárcel por todo lo que te hizo... porque ambos sabemos que no fue solo violencia psicológica. No querrías que estuviera toda su vida en la cárcel.
—Tú no eres Nate. Así que no te compares. Fue un accidente, Savas.
Él me mira fijamente, la carga de su dolor es casi palpable.
—Porque estaba ebrio. Fue mi culpa. Yo subí a Rory a mi auto.
—Ella lo sabía. Tú no la obligaste a entrar. Fue su decisión. La responsabilidad fue de ambos. ¿Hace tiempo me dijiste que tú y tu padre no se hablaban? ¿Es por esto?
—Nunca tuvimos una buena relación, pero el accidente no ayudó. Cuando salí de prisión, discutimos. Mi abuela había fallecido. Tomé mis cosas y volví a Madrid. Empecé a trabajar en el bar y viví en la bodega. Dejé la universidad, ahorré dinero y tomé el primer tren hasta que llegué a Turquía. Conocí a Nazli. Eso es todo. Ahora ya lo sabes. Mi padre y yo no hablamos en años, y solo se presentó aquí de la nada para decirme que debo ir a la graduación de mi hermana.
Lo miro sorprendida.
—No sabía que tuvieras una hermana. ¿Cómo se llama?
Cruzó los brazos, su expresión dura.
—Angela. Tiene 15 años. No la he visto desde que salí de prisión. Le dije que no iría, y me quitó lo único que aún conservaba de él.
—¿La moto?
—Fue su regalo cuando cumplí 18 años. Ahora entiendes por qué no hablo de mi familia.
—No me importa. No me iré, Savas, porque te quiero.
Él se acerca y me da un beso en la frente, una mezcla de tristeza y ternura en su mirada.
—No te merezco.
—No digas eso. Tú me salvaste.
Tomo sus manos entre las mías y lo conduzco hacia la cama. Nos acostamos, pongo mi cabeza sobre su pecho, y durante un tiempo, el silencio nos envuelve.
—¿No quieres ver a tu hermana o a tu madre? —pregunto, sintiendo la tensión en el aire.
Savas se tensa.
—Sí, las extraño, pero no es fácil volver a un lugar donde todos te odian.
—Si llevas apoyo, quizás sea más fácil. Estoy segura de que Jenna, Jackson y Nik irían si se los pides.
—¿Y tú?
Sonrío, sintiendo que el peso de sus palabras comienza a aligerarse.
—Sí, si me invitas, iría contigo.
Él sonríe, su mano acaricia mi rostro, apartando un mechón de mi frente.
—Gracias por seguir viéndome como lo hacías unas horas antes, por no odiarme, por seguir aquí.
—Nunca podría odiarte.
—Prométeme que nunca te irás, que nunca me vas a odiar.
—Lo prometo.
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Before I hate you
RomanceFaith tiene que lidiar con su pasado y sus traumas cuando llega a Madrid, ella tiene claro que el amor puede destruirte. Pero su idea del amor cambia cuando conoce a Savas, ellos aprenden a confiar uno con el otro y empezar una relación sana