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Dejamos a los demás atrás y comenzamos a caminar por las calles de Bagá. Savas tenía los labios apretados y las manos en puño; la tensión era palpable, y podía notar cómo algunas personas nos observaban con desprecio, murmurando a nuestro paso.

— Esto fue un error. No debí exponerte a esto —me dijo lentamente, con la voz cargada de preocupación.

Me detuve frente a él y tomé su rostro entre mis manos.

— Mírame, Savas. No me importa lo que ese hombre piense de ti. Tú eres suficiente para mí. Eres todo lo que necesito. Me ayudaste cuando era una desconocida.

Él se apartó, negando con la cabeza.

— Has sufrido mucho. Mereces a alguien mejor que yo.

— ¡Savas! —fruncí el ceño, sintiendo que su autocrítica me dolía.

— ¡Solo observa cómo nos ven todos! —me respondió bruscamente, su frustración palpable—. Nunca me dejarán olvidar lo que pasó con Rory.

— Ellos no tienen que perdonarte. No le debes nada a ellos. Solo tienes que perdonarte a ti mismo. Sé lo que es mirar a un monstruo a los ojos, y tú no eres uno —dije, mis ojos brillando con la emoción y la voz entrecortada.

Él se quedó en silencio, como si mis palabras le impactaran.

— No tienes que escuchar a tu padre ni a la gente como él. Solo escucha a mí.

Se acercó a mí, sus ojos enrojecidos reflejaban la tormenta interna que llevaba dentro. Me besó en la frente, un gesto que me llenó de calidez.

— Gracias por estar a mi lado —susurró.

Sonreí, tratando de iluminar el ambiente—. ¿Quieres darles algo más de qué hablar a estas personas?

Savas puso sus manos en su cintura mientras yo rodeaba su cuello con los brazos. Nuestros labios se encontraron en un beso que no fue suave ni romántico, sino apasionado. Nuestros labios se movían en perfecta sincronía, y su lengua se aventuró en mi boca con sutileza, provocando escalofríos que recorrieron todo mi cuerpo. Nos separamos lentamente y él sonrió al ver a un grupo de señoras que nos observaban fijamente. Tomé su mano y seguimos caminando.

— Deberíamos buscar un hotel o una posada —sugerí.

Él sonrió, su mirada llena de complicidad.

— No es necesario. Sé dónde pasaremos la noche.

— ¿Vamos a dormir en el parque? —bromee, tratando de quitarle la seriedad a la situación.

Él se rió, una risa que aliviaba un poco la tensión.

— No es una mala idea —dijo mientras tiraba de mi brazo, llevándome en dirección desconocida.

— ¿A dónde vamos? —pregunté, ansiosa por saber.

Me miró divertido, ignorando mi pregunta mientras caminábamos durante unos diez minutos más. Finalmente, llegamos a una casa hermosa de color blanco. Tomó las llaves que estaban escondidas y abrió la puerta, guiándome hasta la sala, donde una chimenea aguardaba encendida.

— Era la casa de mi abuela. Ahora es de Ángela y mía. Está un poco desordenada, pero podemos pasar la noche aquí y mañana, después de la fiesta, nos iremos —explicó.

Asentí, sintiendo una mezcla de gratitud y nostalgia.

— Savas, sé lo que es perder a las personas que alguna vez consideraste amigos, que creías que te querían, y que luego te dieron la espalda. Yo soy una chica masoquista, despechada, que inventó cosas sobre Nate.

— Lamento todo lo que viviste, Faith. No lo merecías. Pero te admiro por ser tan fuerte.

— Tú tampoco lo mereces.

— Ven, vamos a dormir. Terminemos con este día de mierda.

Ambos nos acomodamos en el sofá, él acariciando mi pelo mientras lo abrazaba con un brazo.

— ¿Crees que algún día tú y tu padre puedan hacer las paces? —pregunté.

— No lo creo. ¿Y tú con tus padres?

— ¡No! —respondí, dejando que una lágrima se deslizara por mi mejilla, producto de mi enojo.

Él limpió mi lágrima con dulzura y besó mi frente.

— Me gusta cuando besas mi frente —sonreí, sintiendo un calor reconfortante.

— Buenas noches —dijo, cerrando los ojos.

— Buenas noches —respondí, besando su mejilla.

Desperté al escuchar la voz de Jackson y Savas en la cocina. Me acerqué cuidadosamente hacia ellos; ninguno parecía haberme notado. La tensión en el aire era palpable, y me preguntaba si estaban hablando de lo ocurrido la noche anterior.

— No quiero perderla. Es lo mejor que me ha pasado —dijo Savas, su voz cargada de ansiedad.

Jackson desvió la vista y, en ese momento, notó mi presencia.

— Faith, buenos días. Les traje café y pan, y también sus maletas, ya que supuse que no regresarían a casa.

— Gracias —dije, confundida por su charla.

— Los dejo, los veo esta noche —dijo mientras me daba la espalda y se dirigía hacia la salida.

Me acerqué a Savas y lo abracé.

— ¿Está todo bien? —pregunté, sintiendo la tensión que emanaba de él.

— Sí. Ven, vamos a desayunar. Después quiero llevarte a un lugar.

Guardé silencio, acercándome a la mesa. Sabía que me estaba ocultando algo, y eso me desanimaba. Creía que ya no había secretos entre nosotros.

Él bebió de su café y me miró con curiosidad.

— Estás muy pensativa. Un euro por tus pensamientos.

— Mis pensamientos valen más que eso —finjé indignación, intentando aligerar el ambiente.

Él sonrió, divertido.

— El problema es, señorita Ciare, que no tengo efectivo ahora mismo. No sé si usted está dispuesta a recibir otro tipo de pago.

— ¿Dígame, señor, cuál sería su tipo de pago? —pregunté, alzando una ceja.

Colocó su mano derecha en mi cadera, atrayéndome hacia él. Juntó nuestros labios, y sentí su lengua invadir mi boca, dando inicio a un juego de lenguas adictivo. Todo mi cuerpo reaccionó, como si mil cosquillas me recorrieran.

Su mano en mi cintura eliminó cualquier distancia, mientras que la otra acariciaba mi mejilla, profundizando el beso. Sentí cómo avanzaba, manteniéndome contra su cuerpo, hasta que mi espalda chocó con la pared. Finalmente, se separó lentamente, sus ojos fijos en los míos.

— ¿Me dirás en qué piensas? —preguntó, su voz un susurro.

Desvié la mirada, avergonzada.

— En nada. Me iré a duchar.

— ¡Faith! —me llamó, como si supiera que había algo más.

Puse mi mano en su barbilla, obligándolo a mirarme.

— Savas, sabes que puedes decirme lo que quieras. No quiero que tengamos secretos.

Él frunció el ceño, confundido.

— No entiendo.

Suspiré, reuniendo valor.

— Escuché la última parte de tu conversación con Jackson. ¿Te referías a mí?

Bajó la mirada, la tristeza pintada en su rostro.

— Sí.

— Nunca me vas a perder. Nunca te dejaré. Te lo prometo.

Él negó con la cabeza, como si no pudiera creer en mis palabras.

— No sabes todo de mí.

— No me importan tus errores. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo para que me creas? Te amo y siempre te amaré.

Before I hate youDonde viven las historias. Descúbrelo ahora