Capítulo 40

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En la playa ya amanecía. El sol rajó la superficie del mar en el horizonte e incidió drásticamente en los ojos de Lena y los niños, obligándolos a entornarlos. Una brisa del sur, helada, comenzó a despertarse conforme el día extendía los brazos.

Los espíritus volvieron juntos al tiempo que entre los árboles a espaldas del grupo comenzaba a oírse movimiento. Lena se puso de pie.

Los entes de elemento hablaron con ella fugazmente y desparecieron. Lena se quedó estática por unos segundos, pendiente de quienes cada vez se acercaban más, aguantándose las ganas de evadir el plan y lanzarse a sus enemigos con todo su enojo.

Los niños se tensaron, desconfiados. Ella les hizo un gesto para que supieran que todo estaba bajo control y luego miró al frente, soltando un hondo suspiro.

Los concejales se aproximaron en escuadrón, amenazantes sin quererlo, o quizás como forma de presionarla. Lena se paró firme y cruzó las manos sobre el regazo, tratando de fingir confusión al verlos allí.

- Gran Ryvy - dijo el presidente Kelpie -. Es temprano para estar afuera. 

Lena soltó un gruñido ronco.

- Es una extraña hora para coincidir, sí. Pero supongo que ya todos sabemos la razón de nuestro encuentro, ¿me equivoco?

Le sonrieron de forma retorcida. Ya ni siquiera les interesaba ocultarlo: las cosas iban a cambiar, ya fuese para bien o para mal. 

Pero no contaban con que ella ya lo sabía todo. Subestimaban - qué gran error- la conexión única que compartían ella y Kara, así como las guerras que ya habían peleado juntas. Las veces que las habían traicionado con anterioridad. 

Retrocedió hacia sus hijos y les hizo un gesto para que se pusieran tras ella. El espíritu elemental del agua comenzó a crecer como una ola gigantesca, cada vez más alta. La playa quedó ensombrecida tras la barrera repleta de algas y peces. Las criaturas de la selva se alteraron cuando el suelo crujió y se rasgó bajo la influencia del espíritu de tierra. El aire hizo lo propio, convirtiendo aquella serena mañana en un ciclón tropical. 

Los concejales miraron a su alrededor, atónitos. El hada roja dio un paso al frente, escondiendo las alas para que el poderoso vendaval no las dañara. 

- ¡Tenemos a Dinahia! ¡Guarda la calma, o ella pagará las consecuencias! 

Lena levantó una mano y detuvo un momento a los espíritus, que se materializaron junto a ella, erguidos. 

- ¿Ustedes la tienen? - preguntó con serenidad - ¿Dónde?

El fauno cruzó las manos tras la espalda. Era una postura que buscaba sostener su confianza, pero Lena sabía que aquella pequeña muestra de poder los había dejado acongojados. Ninguno de ellos esperaba que fuese la de hace siglos, y aunque tenían razón, era probable que se estuviese acercando. Se sentía mucho más fuerte desde la ruptura de la maldición: como si su poder se hubiese librado de una feroz atadura milenaria y ahora, aunque oxidado, estuviese recobrando una vez más su estabilidad. 

- No te lo diremos a menos que cooperes - sentenció el viejo-. Demuestra tu sumisión al consejo de la magia y no será necesario derramar ni una gota de sangre más. 

Lena rió por lo bajo, pero los niños no se sentían tan seguros como ella. 

- ¿Tienen a mamá? - murmuró Dim. 

Lena lo miró por encima de su hombro y le sonrió con confianza. 

- Tranquilo, pequeño. - se volvió hacia los regentes del consejo -. Llévenme con ella para saber que está bien. 

El lado oscuro de la luna- SupercorpDonde viven las historias. Descúbrelo ahora